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La excepción israelí

NO hay Estado en el mundo al cual no se reconozca potestad para defender con las armas sus fronteras. Salvo a Israel. A cualquier despotismo en ejercicio, teocracia feudal, tribalismo en diverso grado genocida, dictadura arcaizante o moderna, le es atribuido el derecho a un ... ejército que preserve su territorio. Al único Estado democrático del Cercano Oriente, se le niega eso. Que es, nadie se engañe, la condición sin la cual no hay nación posible. Y eso es lo que está en juego: la existencia. Quienes, bajo soflamas vomitivamente humanitarias, niegan el derecho israelí a proteger sus fronteras frente a un enemigo armado que proclama su propósito de destruir el país y expulsar a sus pobladores, fingen hablar de política. Mas no hay política, no puede haberla, en una hipótesis tan carente de racionalidad mínima. Bajo la espuma de la retórica caritativa y de ese pringoso moralismo que es modo muy europeo de enmascarar lo más siniestro, se trasluce un odio viejo. Irracional y homicida. El del intemporal antisemitismo que, en lo más hondo, sigue operando con idéntica intuición a la de Hitler: lo judío es una enfermedad que debe ser extirpada de lo humano. Del corazón de Centroeuropa, en los años cuarenta. Del corazón del Cercano Oriente, ahora. El antisionismo es la forma benévola y eficacísima del antisemitismo. Igual de exterminadora. Y menos malsonante.

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