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Provocación españolista

FUE una provocación españolista. La culpa del bochorno de Mestalla la tiene en primera instancia la Federación Española por su anacrónico empeño de hacer sonar el himno nacional en lugar y momento tan impropios, y en segundo lugar el Rey Juan Carlos por no abdicar, ... ya que no del trono, al menos de su insostenible privilegio de presidir la final de la Copa que inexplicablemente lleva aún su nombre. Ante tan retadora arrogancia del nacionalismo español, las criaturitas allí llegadas desde el País Vasco y Cataluña no tuvieron más remedio que expresar su pacífica protesta en forma de abucheo, el modo más civilizado de hacerse oír que tenían a mano. Podían haber destrozado el estadio, lanzado objetos o quemado bengalas al uso tribal de cualquier afición futbolera, pero se limitaron a manifestar su ruidoso descontento ante la desconsiderada agresión a sus sentimientos identitarios. Fue una protesta sensata e irreprochable que muestra la diferencia de talante entre los ciudadanos de las nacionalidades oprimidas y la prepotencia hegemónica de las instituciones del Estado.

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