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Un yate de lujo que sigue sin timón

Una conversación telefónica, una reunión exprés de apenas noventa segundos o un burofax. Tres finales distintos para dejar la selección. ¿Qué ocurre en los últimos años para que la campeona del mundo, el equipo que lleva una década prodigiosa en metales y que acaba de ser subcampeona olímpica tenga tantos problemas de estabilidad en el banquillo? En la Federación, su director general, Jesús Bueno, lo achaca a la famosa norma ACB, aquella que dictamina que un técnico no puede compatibilizar los dos cargos -seleccionador y entrenador de club-, un asunto que no tiene parangón en ningún torneo de Europa.

La Federación, según ese argumento, tiene que recurrir siempre a preparadores que estén en paro. «Si coges uno es porque está de año sabático», dice Bueno, que pone los ejemplos de Pepu Hernández, o de su sucesor, Aíto, el último (y el más efímero) en dirigir el banquillo de España, cuando al terminar la temporada pasada dijo adiós al DKV Juventud.

La Asociación de Clubes de Baloncesto aprobó esa norma para salvaguardar los intereses de sus clubes después de lo ocurrido en el verano del 2002 en el Mundial de Indianápolis: Javier Imbroda fue el último en compaginar ambos cargos. Así, mientras dirigía al combinado nacional, también estaba pendiente de cerrar fichajes y preparar el plan de pretemporada del Real Madrid. Con España acabó en el quinto puesto, fue destituido en octubre (su contrato vencía en septiembre de 2003) y después en la dirección del equipo blanco fue mucho peor, con el fracaso en la Euroliga de febrero y con el dudoso honor de no clasificar al equipo para los «playoffs» por primera vez en la dilatada historia del club blanco.

Aquella situación marcó un antes y un después en el básquet nacional. Desde entonces, ningún seleccionador ha ido más allá de los tres años -o el ciclo Mundial, Europeo, Juegos-, cifras en las antípodas de dos de los grandes de nuestro básquet: Antonio Díaz Miguel, con sus 27 años en el cargo, y Lolo Sáinz, con siete.

Salida de forma destemplada

Pero también hay algo que parece que va pegado al cargo: la salida de todos ellos se ha producido de manera destemplada, algo que queda, mayormente, en la «fontanería» federativa. Ni Díaz Miguel, la leyenda de los Ángeles ´84, el hombre que llevó al palmarés español otras dos platas (Europeos de España y Francia), se libró de un final amargo en los Juegos de Barcelona. No fue destituido, pero en su no renovación del 31 de agosto de 1992 pesó, sin duda, el mal papel de España en aquel torneo.

Desde entonces, hay excusas para todos los gustos, con asterisco aparte para el sainete ocurrido con Pepu Hernández. Tras Díaz Miguel, Lolo Sáinz vio las dos caras de la moneda en apenas un año: de la plata del Europeo de Francia (1999) a ser cambiado de puesto -coordinador de selecciones masculinas- tras el noveno puesto de Sidney (2000).

A partir de ahí, el vértigo de cambios. Después de Imbroda, Moncho López, que acentúa otro elemento de debate: la selección no puede pagar tanto a sus técnicos como los clubes. Incluso modestos como el Breogán, que le puso algo más de 60 millones sobre la mesa, es decir, justo el doble que en la Federación.

Cuestión aparte es la relación del presidente, José Luis Sáez, con sus técnicos, justo coincidiendo con la mayor excelencia del deporte de la canasta en nuestro país. A Mario Pesquera, puente entre López y Pepu Hernández, le fulminó por burofax después de un Europeo (Belgrado, 2005) donde saltaron chispas entre ambos, en un caso muy similar al de Pepu y el Eurobasket de España del pasado año.

Tras el éxito del Mundial, en Japón, cada uno, presidente y entrenador, rentabilizó aquella gloria, el primer oro en la historia del básquet español -almibarado con el Premio Príncipe de Asturias-, a su manera. Pepu escribió libros, impartió conferencias... Se expuso, quizá demasiado a los ojos de Sáez, en su protagonismo. En realidad, fueron los prolegómenos en esa disputa por las parcelas de la gloria.

E l conflicto Pepe-Pepu

El conflicto les acabó de estallar en las manos en el «hall» de un hotel en Sevilla por un viaje en el AVE (patrocinador de la selección) a cuenta de los excesivos (Pepu dixit) compromisos publicitarios de los jugadores. Luego vendría la amarga plata, con el tiro fallado de Pau Gasol ante Rusia, y la pérdida de confianza de Sáez en su técnico, y ese anuncio de Pepu en plena «Final Four» de que dejaba la selección tras los Juegos. No le dio tiempo a ir a Pekín. Ambos se enredaron en un cruce de declaraciones y acusaciones que acabó, el 3 de junio, en aquella reunión de noventa segundos, en un despacho de la Federación, que sirvió para finiquitar su relación.

Su recambio, el veterano Aíto García Reneses, ha demostrado ser un buen jugador de póquer. Tenía un acuerdo (verbal, eso sí) con el Unicaja. Pero nada firmado, condición indispensable para entrenar a España. Ni tres meses ha durado en el cargo, aunque con unos réditos espectaculares: la plata olímpica en Pekín. Quizá, como ha hecho público la Federación, no se ha acabado de acostumbrar a unos biorritmos especiales, como es competir sólo en verano. Sea como fuere, el técnico más efímero en la historia de la selección se despidió del cargo por teléfono. Eso sí, con la medalla de plata colgada sobre su pecho.

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