Con la venia

El Cachorro a contraluz

Describir, no ya la belleza, la magia, el embrujo, lo sublime de una escena que hacía estremecer el alma, es algo para lo que sería necesario inventar palabras nuevas

El Cachorro en el Santo Entierro Grande de 2023 juan flores

Las crónicas de la Semana Santa ida dejarán constancia en el futuro del esplendor con el que discurrió, de las masas humanas que la envolvieron, de la benevolencia de la meteorología que permitió el lucimiento de todas las hermandades, de los aciertos en las modificaciones ... de horarios e itinerarios y el generoso esfuerzo con el que fueron asumidos por las cofradías; y, cómo no, resaltarán el brillante colofón que le puso un Santo Entierro Grande, cuyos preparativos resultaron tan controvertidos como admirable su desarrollo, hasta el punto de que no fueron pocas las voces que al término de la procesión abogaban por su repetición cada tres o cuatro años.

Voces que acaso no más allá de quince días antes habían estado relatando (entiéndase el uso de este verbo en la peculiar acepción que el sevillano le otorga) de la Magna Procesión: que si el itinerario exclusivamente por la carrera oficial era 'sólo para abonados'; que si falta tal paso; que si este sobra; que si aquel lleva no sé qué banda que no le pega; que si organizar un Santo Entierro Grande no viene a cuento porque no hay motivo... Nada que pueda sorprendernos.

Será el barroquismo, la dualidad tópica esa que nos atribuimos o lo que sea, el caso es que aquí los bandazos están a la orden del día. No hay más que ver el historial de resultados de las elecciones municipales. En la variedad está el gusto, dicen. Será eso, sí. Pero mientras los analistas, ya profesionales de la crónica, ya espontáneos de barra de bar, hacen oscilar sus criterios de costero a costero como un péndulo de Faucault en movimiento perpetuo, la ciudad, Sevilla, permanece en su sitio; férreamente asentada sobre el eje de sus coordenadas: la luz, el misterio, la belleza, la gracia.... y la guasa.

Y, sutilmente, también nos habla de ella; nos cuenta su historia, la de verdad. Sevilla revela su realidad íntima a través de pequeños detalles, en un relato minimalista que siempre debe leerse entre líneas. Y lo hace cuando menos se espera. En la pasada Semana Santa, tan inmensa de brillo y generosa de acontecimientos extraordinarios, hubo un instante concreto en el que la ciudad se manifestó de forma especial y nítida, como seguramente en ningún otro lo hizo.

Fue el Sábado Santo, venía el Cachorro por Alfonso XII camino de la Campana para sumarse al cortejo del Santo Entierro Grande. La luz del sol declinante, velada por una neblina como si fuera la nagüilla de una cruz de guía enlutada, se proyectaba tras el imponente crucificado, alargando su sombra sobre el recto asfalto de la noble calle.

Venía el Cachorro, venía Jesús Nazareno, y parecía venir desde otro tiempo, levitando sobre la vira de oro de Romero Murube que le marcaba el camino de la ciudad. Describir, no ya la belleza, la magia, el embrujo, lo sublime de una escena que hacía estremecer el alma, es algo para lo que sería necesario inventar palabras nuevas.

Venía el Cachorro a contraluz y Sevilla, en la serenidad de una tarde que languidecía, nos abrió su alma y mostró su verdad. Las crónicas de la pasada Semana Santa puede que hablen poco de ese instante, pero créanme, fue lo más grande de cuanto ocurrió en toda esa semana en la que tantas cosas grandes pasaron. Quien lo viviera sin haber desentrañado nunca el enigma de Sevilla, seguro que entonces lo comprendió todo, aunque también es muy posible que ahora no sepa explicarlo.

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