De ruan | miércoles santo

Oficio de tinieblas

Conforme se leía cada una de las partes del oficio religioso se iba apagando un cirio como figuración sensible de la fe menguante de los discípulos

Para los nazarenos, fieles locales, turistas o simples paseantes que entren estos días en la Catedral será difícil que no les llame la atención un impresionante armatoste en forma de triángulo equilátero sostenido con un poste y coronado por quince figuritas de madera ante cada ... una de las cuales se dispone un cirio. Es el gran tenebrario de la Catedral de Sevilla, una impresionante obra en bronce del siglo XVI proyectada por Hernán Ruiz el Joven (arquitecto de la Giralda), fundida por Bartolomé Morel (el fundidor del Giraldillo) y ensamblada por el rejero Pedro Delgado (el rejero de la capilla del Mariscal) con unas proporciones excepcionales que alcanzan los 7,8 metros de altura.

Las velas representaban a los apóstoles, los dos evangelistas que no fueron de los primeros discípulos de Cristo (Lucas y Marcos) y la Virgen María, en el vértice del triángulo que es la forma trinitaria por excelencia puesto que cada uno de los lados representa al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, las tres personas de la Santísima Trinidad.

Se usaba en el oficio de tinieblas de miércoles, jueves y viernes santos que se seguía en la liturgia hasta la reforma impuesta por Pío XII en 1956. Esta hora litúrgica del antiguo breviario romano se rezaba a la caída de la tarde, con lo que la impresión de quedar a oscuras era más acentuada, para no interferir en el rezo del resto de las Horas, la oración universal de la Iglesia que el Concilio Vaticano II abrió también a los laicos y no sólo para clérigos y religiosos como había sido antes.

Conforme se leía cada una de las partes del oficio religioso se iba apagando un cirio como figuración sensible de la fe menguante de los seguidores del Mesías durante su pasión. Al final, sólo quedaba encendida la vela de la Virgen, que jamás vaciló al confiar en la palabra de su Hijo como custodia de la fe cristiana. Entonces se entonaba el miserere (el salmo número 50) y se llevaba encendida fuera de la vista de los fieles. Al terminar el canto, se hacía sonar matracas y se daban golpes y palmadas para simular el cataclismo que sobrevino a la muerte del Redentor en la cruz.

Hay una leve memoria de este ceremonial en la oscuridad de los templos durante la primera parte de la vigilia pascual, antes de que se encienda el cirio pascual que celebra la Resurrección y cuya luz inunda la Iglesia para rescatarla de las tinieblas en que se ha sumido durante los tres días de su sepultura. La luz del cirio se transmite a las velitas de los fieles hasta que la iglesia queda del todo iluminada.

Aquella costumbre del tenebrario se abandonó sin más aunque la congregación para el Culto Divino llamó en 1988 a mantener el «oficio llamado antiguamente 'de tinieblas'» en «el lugar que le corresponde en la devoción de los fieles, como meditación y contemplación de la pasión, muerte y sepultura del Señor, en espera del anuncio de su resurrección». Sería hermoso volver a contemplar el tenebrario en uso…

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