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viviendo en san borondón

Desarrollos alternativos o complementarios

En un mundo libre, los modelos se van creando por el juego del mercado, la oferta y la demanda,no a golpe de BOC y de caprichosas subvenciones

josé francisco fernández belda

Con frecuencia se oye argumentar en las intervenciones de los políticos canarios, sobre todo cuando están en la oposición, que el Gobierno apuesta por tal o cual sector como alternativa al desarrollo económico basado en el «monocultivo» turístico. Nunca dicen, por ejemplo, el «monocomercio». Tal vez sea por la atávica raiz agrícola del alma canaria, que a pesar de ser isleña, sele dar la espalda al mar, como Pérez Galdós en sus estatuas. Pero una vez más, sería bueno que se explicaran un poco mejor lo que unos y otros entienden por buscar una alternativa para el turismo en Canarias. Dicho de otra forma, ¿qué significa y qué implica realmente esa, según ellos, deseable nueva opción?

Los tertulianos independientes y los políticos en la oposición, los que cobran o aspiran a cobrar del tesoro público, suelen manifestar una visión más etérea, visionaria o basada en aspiraciones y buenos deseos, más que en análisis de realidades y posibilidades pausibles. A mi entender, el término desarrollo alternativo debería desterrarse casi siempre de esos análisis ligeros y ser sustituido por el de potenciar actividades complementarias.

Una alternativa supone la opción excluyente entre dos o más cosas, bien preexistentes o de nueva creación. Actuar de forma complementaria sirve para completar o perfeccionar algo que ya funciona, renovándolo, ampliándolo. Cuesta trabajo creer que nadie en Canarias, con algo de sentido común y visión de la realidad globalizada, pretenda buscar una alternativa que sustituya el turismo por otra cosa. Eso lo predican algunos antisistema utópicos, un segmento muy politizado de la sociedad, que busca encontrar su propia identidad canaria volviendo a una agricultura, o a una imposible industria, con tintes autóctonos y autárquicos.

Los políticos con cargo y sueldo públicos, a veces también los aspirantes a tenerlos de las nuevas generaciones formándose en los prejuicios y eslóganes elaborados por los aparatos de sus partidos más que en principios y análisis ideológicos serios, suelen hablar de cambio de modelo. Los más elocuentes cachorros, de nuevos «paradigmas”»

Leyendo los gruesos volúmenes recopilatorios de leyes, reglamentos, decretos y órdenes dictadas, nunca mejor dicho el término, por las distintas administraciones que pesan sobre las espaldas de los canarios, salta a la vista el afan de control político de cualquier actividad que pudiera desarrollar la sociedad civil libre. Aspiran a que nada se mueva sin su aprobación previa.

Los políticos quieren ser el aderezo de todas las salsas cuando no la costosísima especia imprescindible para el guiso. Esperan diseñar su propio modelo de desarrollo y parasitarse en él, coartando la libertad, imponiendo barreras administrativas que a veces sólo pueden superarse en tiempo y forma cuando alguien amigo mueve los papeles o el emprendedor —como vergonzantemente se llama ahora a lo que siempre fue un empresario— decide arriesgarse a la sanción o permanecer quieto parado hasta que la larga cadena de sellos oficiales se haya completado.

En un mundo libre, los modelos se van creando por el juego del mercado, la oferta y la demanda, no a golpe de BOC y de caprichosas subvenciones. Eso solo sucede en las economías planificadas centralmente, que han resultado un gran fracaso, no por negado menos real ni liberticida: URSS, Alemania Democrática, Corea del Norte, Cuba o, cada día más, Venezuela. También en ese camino hacia el abismo parece transitar Canarias.

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