Aciertos, los de Blasco
Abunda estos días el número de personas, de ellas bastantes colegas periodistas, informadores y asimilados, que hacen pública ostentación de un exhaustivo conocimiento (presunto más bien, añado para
Abunda estos días el número de personas, de ellas bastantes colegas periodistas, informadores y asimilados, que hacen pública ostentación de un exhaustivo conocimiento (presunto más bien, añado para evitar errores) de la situación política postelectoral en la Comunidad Popular Valenciana. Son de los que te enumeran, haciéndose acompañar sus palabras de gestos que aparentan dominio de la situación, la lista de quienes serán consellers y quienes no. No importa que sólo sea el abrumadoramente reelegido presidente Francisco Camps quien sepa los nombres de su futuro gobierno y que muy pocos, poquísimos más, estén en el arcano. No. Ellos, los enterados de toda la vida, ponen y quitan nombres mientras te cuchichean al oído: «Lo sé de muy buena fuente que fulanito de tal será conseller de Cultura. Mira el escenario y verás como tengo razón». En mi caso, ustedes deben perdonarme que no sea arúspice, ignoro si el brillante futuro político que le aguarda al actual conseller de Sanidad, Rafael Blasco, está dentro o fuera del próximo gobierno valenciano. En cualquier caso, forme parte o no de él, no creo que Camps prescinda de su valiosa colaboración como queda acreditada en su amplia hoja de servicios, porque hay lujos difícilmente sustituibles.
Si yo fuera el dueño del Grup Marest, afamada empresa dedicada a la función de marear al personal con pronósticos tan escasamente atinados cual escopeta de feria, la misma noche del domingo día 27 habría tomado tres decisiones: La primera, llamar a Rafael Blasco ofreciéndole la dirección general, como poco, de la compañía. La segunda, ordenar una investigación que me permitiese conocer la relación bares a los que acudió a libar el personal contratado para hacer las encuestas de campo. Y, tercera, mandar esculpir un bajorrelieve con la leyenda: «No dejes nunca que las urnas te fastidien un buen sondeo».
El caso es que el 23 de abril, Blasco, después de haber sido presentado por la aclamada alcaldesa Rita Barberá, hizo un vaticinio en el hotel Astoria que alegró a la militancia y dirigencia del Partido Popular tanto como enfurruñó y desalentó a las gentes del Partido Socialista y a las de ese «coupage pentavarietal» llamado Compromís. Algunas de las irónicas sonrisas de gente del periodismo, de candidatos desahuciados y dirigentes y camaradas por lo que consideraron una boutade del conseller de imposible cumplimiento, merecieron ser recortadas, al igual que archivadas en hemerotecas las páginas que albergaron los pronósticos marestianos, para en su día hacer sesudos estudios pero sobre toda sabrosas comparaciones acerca de la confusión entre los deseos demoscópicos y realidad social y ciudadana de la Comunidad Valenciana del siglo XXI.
En su pronóstico dijo el conseller que el PP obtendría, como poco, 53 diputados en las nuevas Cortes. Ojo, repito el «como poco» porque 53 fue el suelo vaticinado al PP mientras que el techo insuperable para el PSPV sería de 38 diputados y ocho para Compromís. Es más, Blasco, en una exhibición de innecesaria frialdad taurina, fijó en 1.300.000 el número de votantes del PP. La cifra final computada ha sido la de 1.272.369 votantes. Chapeau.
Otrosí sería muy de agradecer que el catedrático de Estadística de la Universidad de Valencia, José Miguel Bernardo, tuviese ahora la misma diligencia en convocar a los medios de comunicación, que cuando los citó para hacerles entrega de su agorero estudio, para explicarles -visto lo visto en las urnas- de que magín o chistera se sacó el porcentaje de que el Partido Popular tenía un 78,5% de probabilidad de perder la mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Valencia. En ese estudio, que algunos medios de comunicación presentaron como «de la Universidad de Valencia», se decía que PP y PSPV estaban en «empate técnico». A lo peor todo se reducía a un baile de cifras, pero dado que el orden de los factores -al menos eso se decía en mi época escolar- sí altera el producto, no es lo mismo 21 que 12, resultado final en el Ayuntamiento de Valencia. Si fue culpa del baile resultó mareante del todo.
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