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Tabaco

Quizá las tres o cuatro lectoras que aún me soportan recuerden un artículo que publiqué hace algunos meses, glosando la pintoresca ocurrencia de un ciudadano alemán que había demandado a la fábrica de chocolatinas Mars, responsabilizándola de sus achaques diabéticos. El caso, bastante estrambótico, se asomó a los periódicos en gacetillas escuetas que apenas especificaban las aspiraciones del presunto damnificado. Al parecer, el diabético de marras pretendía que los tribunales condenasen a los chocolateros al pago de una indemnización que le sirviera para sufragar su tratamiento médico y también como resarcimiento moral; para ello, se amparaba en ese precepto, común a casi todas las legislaciones occidentales, que obliga a reparar el mal causado a quien se enriquece causando un daño, aunque sea mediante el ejercicio de una actividad legal. Idéntico fundamento sustenta ahora la demanda que la Junta de Andalucía ha presentado contra las empresas tabaqueras, exigiéndoles responsabilidades por los daños causados a los fumadores y al «sistema de salud» andaluz. Me ha sorprendido que, mientras las pretensiones del diabético alemán fueron divulgadas en un tono jocoso y confinadas por los periódicos en esas secciones de baratillo que se nutren de rarezas turulatas, enormidades chocantes y otros descarríos misceláneos, esta necedad demagógica impulsada por los políticos andaluces se encarame a los titulares.

Por supuesto, a los gerifaltes de la Junta de Andalucía les importa un bledo que el tabaco sea pernicioso para la salud; también se la suda la suerte final de su demanda, que por cierto ocupa cuarenta arrobas de papel (¡confiemos en que el discreto juicio de los jueces no se deje acoquinar ante semejante delirio grafómano!). Lo que de verdad les importa es montar un zafarrancho mediático que les proporcione réditos electorales. Para ello, han montado una rocambolesca rueda de prensa en la que se han proferido toda suerte de paridas mistificadoras. Así, por ejemplo, se ha dicho que el tabaco «mata a más personas que la suma del alcohol, la heroína, la cocaína, las armas, los homicidios, los suicidios y el tráfico». No creo que un sofisma tan burdo y tremebundo, basado en la artimaña de mezclar churras con merinas, requiera comentarios: cualquier persona mínimamente ecuánime sabe que los cánceres y desarreglos vasculares y demás achaques atribuidos en exclusiva al tabaco son en realidad el resultado de una confluencia de agentes dispares. Nadie discute que el tabaco sea perjudicial para nuestra salud; pero convendría que no se le atribuyese tan a la ligera la responsabilidad de todas las calamidades contemporáneas. Y, desde luego, habría que rectificar esa consideración errónea que poseemos de nuestra salud, según la cual se trata de un bien que debemos preservar incólume hasta el día de nuestra extinción, como antaño las doncellas preservaban su virginidad hasta el tálamo. Una vida absolutamente saludable no merece la pena ser vivida. La salud, como la lujuria, es un bien fungible que se agota con los años; no vindico su dilapidación insensata, sino su ordenada administración, según el libre albedrío de cada cual.

Y aquí llegamos, por fin, al meollo del asunto. Nadie fuma bajo coerción invencible, sino usando de una potestad decisoria. El fumador, al elegir libremente el uso que desea hacer de su salud, asume las consecuencias de su elección. Nadie, salvo el propio fumador, es culpable de las secuelas con que el tabaco aflige su organismo. Las empresas tabaqueras nunca podrán estar obligadas a reparar ningún daño en nuestra salud, puesto que ese daño (hipotético, posible, nunca seguro) es asumido por el fumador, quien, mediante un acto libre y responsable, estrictamente voluntario, acepta unos riesgos que, por lo demás, no le son ocultados, sino divulgados por una propaganda diáfana y, casi siempre, hiperbólica. Nuestras autoridades postulan y anhelan la existencia de ciudadanos -o súbditos, hablemos con propiedad- que hayan dimitido de sus responsabilidades, individuos huérfanos de voluntad a los que puedan proteger y encauzar como a niños indefensos. Mañana, en su cruzada paternalista, nos indicarán cuál es la casilla que hay que tachar en las papeletas electorales.

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