Infiernix
Apenas caben dudas de la idoneidad de Keanu Reeves para protagonizar esta película, acostumbrado como está a conducir tramas de acción, pactar con diablos y, si es preciso, cazarlos a tiro bendecido. Nuestro héroe es un exorcista moderno, capaz de subirse a horcajadas de la poseída de turno y expulsar al espíritu «okupa» mediante un empleo de las «obleas» no del todo cristiano. A su lado, el padre Karras no valdría ni como conserje de la ciudad de los muchachos.
La cinta, adaptación de un cómic también reconvertido en videojuego, no permite el aburrimiento y está rodada con toda clase de lujos técnicos y sobredosis de imaginación, desde un primer atropello que quita el hipo hasta los viajecitos de ida y vuelta al infierno por el económico método de introducir los pies en un barreño (Viajes Palangón). Respecto a su presunta enemistad con la verosimilitud, menos creíble resultaba Linda Blair girando su cabeza como si le estuvieran dando cuerda. El filme tampoco descuida el reparto e incluso procura a Keanu Reeves el estupendo contrapunto de Rachel Weisz, con dos papeles por el mismo precio. Sólo Peter Stormare, un Lucifer pasado de rosca, arruina un final en el que todos se quieren poner trascendentes.
Lo del arrepentimiento final no era eso, definitivamente. Es como si Polanski hubiera llenado de efectos especiales «La semilla del diablo» y, a última hora, hubiese pretendido sembrar la inquietud en el espectador, como de hecho consiguió sin tanto pesticida químico.
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