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ERC, socio insaciable

AUNQUE hace tiempo que no hay lugar para la duda, la entrevista de ayer en Moncloa confirma la opción del Gobierno socialista en favor de una alianza con el nacionalismo radical. No debería ser posible el acuerdo entre Zapatero y Carod-Rovira, puesto que ERC actúa como un partido antisistema en el más estricto sentido: no sólo cuestiona la forma monárquica de gobierno, sino que proclama sin eufemismos su condición independentista. Es absurdo, por tanto, que los socialistas se empeñen en satisfacer sus pretensiones a base de concesiones que siempre van a ser insuficientes. El caso es que, a pesar de su porcentaje mínimo de representación, Esquerra decide sobre las grandes cuestiones de política nacional y eso que uno y otro partido se mueven en planos diferentes: el PSOE busca el apoyo para acuerdos políticos (tal vez, en este caso concreto, los presupuestos para 2006) mientras que los republicanos catalanes exigen reformas estructurales que implican la ruptura del modelo territorial vigente. Zapatero ha optado por una alianza que altera el poder constituyente en sentido material en contra de una gran mayoría de los españoles -de una o de otra tendencia ideológica- que consideran al Estado autonómico como una fórmula satisfactoria para conjugar los principios de unidad y diversidad. La actitud del PSOE sólo se explica desde el objetivo partidista de crear una nueva mayoría que suponga el aislamiento del PP, ya que no hay ni un solo argumento que lo justifique desde el punto de vista del interés nacional. La reforma formal de la Constitución no podrá salir adelante sin el apoyo del PP, incluso en los cuatro aspectos (no tan limitados como parece) sobre los que el Gobierno ha pedido opinión al Consejo de Estado. Lo más grave es la quiebra de la norma fundamental a través de los nuevos estatutos, a pesar de que Carod mostrase ayer una aparente sensatez acerca del tope insuperable que implica la Constitución, lo cual da mucho que pensar sobre los posibles acuerdos alcanzados en la entrevista de Moncloa. Como es lógico, la preocupación crece ante la próxima formación de un gobierno social-nacionalista en Galicia y ante el rumbo actual del PSE.

Esquerra resulta imprescindible para mantener el precario equilibrio del tripartito catalán, pero no debería serlo en la política nacional porque -como señaló Rajoy en el debate sobre el estado de la Nación- Zapatero es «prisionero voluntario» de ERC. En efecto, la oferta leal de la oposición habría facilitado una acción de gobierno que evitase el chantaje de los votos a cambio de las reformas estructurales. El jefe del Ejecutivo no quiere oír hablar de ese acuerdo en defensa de la España constitucional, porque antepone el oportunismo táctico a cualquier otra consideración.

El PSOE se encuentra en una posición esquizofrénica ante el debate estatutario en Cataluña. Por una parte, el PSC está comprometido a fondo con el proyecto, al que ha fiado el éxito de su gestión en esta legislatura. Al tiempo, tiene que satisfacer a Esquerra y no romper la baraja con CiU, cuyo apoyo es imprescindible. En este sentido, es lógico que Rodríguez Zapatero insista en que va a respetar la voluntad del Parlamento catalán. Pero a la vez el PSOE debe mostrarse ante la sociedad española como defensor de la Constitución, para evitar que el PP monopolice esa posición política. Tiene además que templar los ánimos de Guerra, Bono, Ibarra y otros líderes que representan, más que una corriente interna, una sólida tradición contraria a fragmentar la soberanía. Pero Zapatero sigue jugando a aprendiz de brujo, buscando satisfacer a todos y confiado absurdamente en la eficacia de la sonrisa y del talante que, por razones obvias, no bastan cuando llega el momento decisivo en política de decir «sí» o «no». De este complejo panorama resulta ser Carod-Rovira el gran beneficiado, gracias a las posibilidades que nuestro sistema electoral (que quizás debería ser objeto de un debate a fondo) otorga a la minoría a la que representan. No es tan buena noticia como podría parecer para la España constitucional la actitud «constructiva» que mostró ayer el líder de esquerra en Moncloa, porque tal vez esconde una dosis importante de concesiones, prueba de que Zapatero está dispuesto a llegar demasiado lejos en contra de una importante mayoría de los ciudadanos.

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