Por todo lo alto
Sillas, camas, lámparas o mesas de hierro de cuatro metros de altura surgen entre los castaños del parque del Palacio de la Magdalena, en Santander. La diseñadora Claudia Stilianopoulos presenta
Sillas, camas, lámparas o mesas de hierro de cuatro metros de alturasurgen entre los castaños del parque del Palacio de la Magdalena, en Santander. La diseñadora Claudia Stilianopoulos presenta este verano una colección de dieciséis piezas a medio camino entre la escultura y el diseño.
Desde arriba las cosas se ven mejor. Parece que desde lo alto se está más cerca del cielo, el aire es más puro y la vista llega más lejos. A varios metros sobre la hierba se aprecia mejor la belleza del paisaje, el trajín de la gente y de los coches.
Hace una semana se inauguró en Santander una muestra de dieciséis piezas pertenecientes a la última colección de la diseñadora Claudia Stilianopoulos. Todas tienen cuatro metros de altura, y entre las obras expuestas podemos encontrar butacas, camas, tumbonas, «tu y yos», mesas y lámparas agrupadas o sueltas que,o aprovechando rincones naturales dentro del parque, forman casi habitaciones privilegiadas .
Las esculturas están realizadas en tubo de hierro arqueado, soldado, pulido a mano y barnizado en horno con laca transparente. Además se ha tenido en cuenta que no dañen el suelo y que no dejen rastro al ser retiradas.
La idea surgió, según la diseñadora, porque quería ver más allá de los árboles que rodean el Molino de las Inviernas, su casa en la Alcarria, y escuchar más cerca los trinos de los pájaros. A partir de esa reflexión, las piezas adquieren altura y buscan la interactividad. «El espacio de la Magdalena es excepcional -dice Juan Garaizábal, su marido y comisario de la exposición-. No es normal encontrar un entorno natural, vigilado y de un tamaño suficiente para que se puedan representar sensaciones, emociones».
Tercera etapa
Santander forma parte de un proyecto artístico que consiste en amueblar paisajes. Es la tercera etapa de este viaje. Son esculturas concebidas como elementos de uso para que la gente pueda a través de ellas disfrutar del arte y de un entorno. «No es la primera vez que amueblamos espacios ajardinados -dice Claudia-. Ya lo hemos hecho tanto en San Sebastián como en Barcelona, pero cada iniciativa tiene un carácter propio. En Barcelona los objetos se situaban en los patios de un museo mientras que en San Sebastián miraban la bahía desde Miramar. En Santander, gracias a la naturaleza de la península, hemos marcado a cada elemento un espacio propio y muy íntimo aislado de otras piezas. Todo ello con la idea de poder establecer un recorrido con paradas donde detenerse, tocar las esculturas, subirse a las sillas, comprobar. En fin pasarlo bien».
«Nos han dado espacios enormes para decorar -comenta Juan-, pero buscamos hacer proyectos que nos satisfagan». Claudia apunta que a ella le «gusta ver que que la gente se sube a las esculturas y las disfruta. Las hago físicamente, suponen un gran desgaste para mí y me gusta que las aprecien». «Y ahí es donde entro yo -interrumpe Juan- , la intento animar todos los días pues es un trabajo agotador».
Amueblar jardines les apasiona. En eso coinciden los dos. Es un espacio que genera demanda, y donde creen que existe un vacío, sin mucha competencia, aunque la que hay tiene una gran calidad.
El principio, en Casa de Clo
Claudia, hija menor de Pitita Ridruejo, comenzó abriendo un pequeño local en la calle Almirante de Madrid. Desde entonces no ha perdido el tiempo. Allí aprendió a través de su contacto con el público lo que faltaba en el mercado y si en un principio parecía que «Casa de Clo» sería una tienda más, de pronto despegó y empezó a fabricar colecciones de mesas, sillas y lámparas con gran fuerza.
En aquella época Claudia empezó a acudir a una fragua para aprender las técnicas del hierro y sus posibilidades. A tenor de lo aprendido, su marca, Casa de Clo, evolucionó decantándose por el mueble de gran formato. En 2000, Clo se presentó en la Feria Maison Object de París, una de las más importantes en interiorismo de Europa, y allí triunfó. Sus piezas empezaron a viajar a Los Ángeles, a los países árabes, a Francia e Inglaterra, hasta que sus éxitos regresaron a Madrid -como pasa siempre- como en un eco. «En París -cuenta Claudia- creían que detrás de esta colección había un hombre, pues los expertos consideraban que mis piezas estaban a medio camino entre la escultura y la decoración».
En Francia le preguntaban por sus fuentes y sus maestros, pero Claudia es autodidacta y en toda su evolución personal y artística no ha sido ajeno Juan Garaizábal, su marido, que desde siempre la ha apoyado y animado, ya que la realización de estas piezas de forma artesanal le exige un gran esfuerzo y desgaste físico que a veces la deja exhausta.
«Juan y yo -cuenta la diseñadora- éramos una pareja de novios un tanto peculiar, estudiábamos los dos, pero en lugar de salir por ahí nos gustaba fabricar objetos con nuestras manos, diseñábamos y hacíamos marcos, pantallas, ceniceros». Dentro de poco abrirán un gran local en Prosperidad. Mientras tanto se han involucrado en este último proyecto, «Soñando en alto», en Santander, patrocinado por la UIMP y el Ayuntamiento de la ciudad, que se expone hasta el 15 de agosto en el parque del Palacio de la Magdalena.
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