Cannes apuesta por el color y trozos de intriga para inaugurar su 58 edición

CANNES. El rojo intenso y el tacto mullido de la alfombra se irá transformando, de aquí a la clausura, en un fucsia mortecino y un tacto estropajoso. Por el trajín. Ayer empezó el trajín y el festival con la proyección de la película «Lemming», del francés Dominik Moll, y entre sus protagonistas -Charlotte Rampling, Charlotte Gaingsbourg, André Dussollier y Laurent Lucas- y los miembros del jurado, se consiguió un buen ramillete de estrellas para que empezaran a patear la alfombra. En el jurado están Emir Kusturica, Javier Bardem, Salma Hayek, Nandita Das, Agnes Varda, Toni Morrison, Fatih Akin, Benoit Jacquot y John Woo.
La gala fue como todas y la película, también... Al menos como todas las de este director, Dominik Moll, las otras dos que ha hecho, «Intimite» y «Harry, un amigo que os quiere», su mayor éxito y protagonizado por Sergi Lopez. «Lemming» trae más o menos la misma propuesta que las anteriores: una pareja se ve sometida a unas tensiones externas hasta quedarse más exhausta que un guardia urbano en El Cairo. Las tensiones las produce, en este caso, un roedor que se les cuela en una tubería (un lemming, un roedor suicida que viene de los países nórdicos) y la mujer del jefe del marido, papel que interpreta la misteriosa Charlotte Rampling con esa cara de enajenada que tan poco trabajo le cuesta poner.
Irracional intriga
El arranque es interesante, luego se producen dos o tres situaciones que le obligan a uno a dejar de mesarse la frente y a incorporarse en la butaca, después la historia se echa una larga siesta y, finalmente, tras dos o tres zig-zag narrativos, se queda allí quieta y con la respiración agitada como si hubiera hecho el tercer relevo en un 4 por 400 con tres raperos de Iowa. No es difícil extraviarse entre las osadias narrativas de «Lemming», que pierde pie con la realidad cada media docena de secuencias, pero lo recupera de inmediato.
Casi todo lo que ocurre a partir de un momento (digamos que a partir de que a Dominik Moll y a su guionista, Gilles Marchand, se les acabó el café y se pasaron al vodka finés) está caprichosamente envuelto en una irracional intriga, donde las cosas pasan sin que se sepa por qué y donde la música y la planificación intentan (desde mi punto de vista, infructuosamente) que el espectador sienta algo parecido al miedo o la perplejidad.
De todos modos, y dentro de ese concepto tan elástico de «películas de inauguración de festival», en el que suelen entrar camiones y camiones de mudanza, pues no estaba del todo mal, siempre y cuando nadie mencione nunca cerca de ella la palabra Hitchcock.
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