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ABC Cultural

La hija del arrabal

José Carlos Plaza dirige el primer montaje realizado en España de la ópera-tango «María de Buenos Aires», una de las principales obras del compositor Astor Piazzolla

«Tango operita». «María de Buenos Aires» es así. Aparentemente prudente en sus aspiraciones. En realidad, como toda la obra de Astor Piazzolla. De fachada generosa, abundante, inspirada pero siempre recogida hacia esa música que es un híbrido callejero, un estado de ánimo que suena a terciopelo, religión y aire triste, que es baile y canción. Pisa ahora los madrileños Veranos de la Villa esta partitura, escrita para la escena por el compositor argentino, y en la que todo gira alrededor de un mismo pensamiento. «María de Buenos Aires» es la personificación del tango, la metáfora de su naturaleza. Deambula por distintas épocas y experiencias. Camina desde los arrabales al centro de la ciudad. Surge, vive, muere y renace. En realidad, a través de una trama difusa que se intuye al escuchar los parlamentos desgranados por El Duende y las letras cantadas en boca de payasos, porteños gorriones, ladrones antiguos, analistas y Voces de ese Domingo. Todas escritas por Horacio Ferrer, el más inspirado de los «poetas» de Piazzolla. Y todas sugeridas por los quiebros evocadores de cada uno de los números que dan forma a la obra a través de diversos estilos de tango, de las milongas y géneros pampeanos en los que se delata la grandeza de una inspiración volcada en el detalle.

«María de Buenos Aires» se ha representado por primera vez en Madrid en una producción del Auditori de Torrent. Antes de recabar en el Matadero de Legazpi se ha visto en Valencia, Santander y Jerez de la Frontera. Tiene como puntales la puesta en escena de José Carlos Plaza, la dirección musical de Andrés Juncos, la coreografía de Rolan van Löor y Jorge Crudo, y la no menos concentrada iluminación de Francisco Leal. Todos haciendo frente común a la búsqueda de una realización que se impone por la homogeneidad de su planteamiento antes que por la exaltación de los impulsos internos. Es lógico en José Carlos Plaza, tan afín a lo oscuro, y al sentimiento espeso. Su trabajo se engancha a lo trágico. Apunta en los extremos del escenario un muelle y un café, limitando el centro con un fondo que, sobre el perfil de un navío, proyecta imágenes y grafismos. Logra mover a los actores con variedad, dejando espacio para cuatro bailarines que en su corrección se igualan a la pequeña orquesta de once músicos cuya versión apacigua el nervio, el acento y la intención de una música de vive de ello. Claro, no es fácil extraer toda la fuerza de notas tan teñidas de singularidad, aunque esto se lo que les da su razón de ser. También llenas de dificultades, como muy bien delató la interpretación de la muy famosa «Fuga y misterio», unos de los fragmentos cumbres de Piazzolla. Sobre todo ello resonó la voz de Manuel Callao, quien dio poso y sentimiento a la narración del texto, Emilia Onrubia suficiencia vocal a la protagonista y Alejandro Briglia, inestabilidad a los cinco papeles que cantó. Con ellos, «María de Buenos Aires» ha visitado Madrid. Lo ha hecho, ante todo, con voluntad de mostrar la recóndita dignidad del modesto tango.

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