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Cuestiones tusculanas

| LA TERCERA DE ABC |

... Las gentes normales y sensatas son, por estas razones, fieramente conservadoras; esto es, por miedo a «los descensos», por escarmientos y experiencias, como el gato escaldado huye del agua fría, o por convicciones empíricas de maleabilidad...

OBVIAMENTE, esta historia china, ahora por aquí tan floreciente, de lo políticamente correcto, no es más que la versión pedante de lo de mostrar una inquebrantable adhesión al Movimiento Nacional; y no hay que extrañarse de que con esta fórmula también se cuezan las condenaciones o las glorias, ni de que el tipo humano que entonces se adhería con todas sus fuerzas a lo que había que adherirse, ahora se muestre con la más extrema de las correcciones; no diga palabra de más ni palabra menos de las justamente correctas, ni se permita gesto sin este sello.

Tampoco es que sea de ayer mismo el hecho de que ser amigos del señor alcalde y toser cuando él tose no haya tenido clarísimas ventajas; aunque todavía en los tiempos de la otra Restauración hubo un diputado murciano que tuvo que explicar por qué era diputado de la mayoría, diciendo: Si mando, riego: si no mando, no riego. Y un Miliciano Nacional, Baltasarito, hijo de la patrona que George Borrow tenía en Madrid, cuando estaba por aquí vendiendo Biblias, explicaba a su vez por qué se veía obligado a dar un par de golpes en el paseo del Prado en cuanto suponía que alguien tenía un look de realista o absoluto, porque ¿cómo iba a saberse de otro modo que él era liberal? Y ¿cómo iba a saberse en otros casos quién era absoluto, si no metía la cabeza de los liberales en el abrevadero de las ovejas? Hay que comprender que éstas son señas de identidad y la marca de denominación de origen. Por eso quizás, aunque sublimando esas acciones identificatorias, demasiado materiales, se había pasado a los estacazos y las metidas de cabeza en el abrevadero en fórmulas puramente orales, que es a lo que habíamos venido llamando transición más o menos civilizada; aunque parece ahora que esto, lo de la civilidad, no se ve con demasiada ilusión, o es algo soso para ciertos temperamentos poco meditativos, y han surgido aquí y allá espectáculos incluso bastante más fuertes que los de Baltasarito y los mozos absolutos. No sé yo cómo llamarlo, pero mejor será cortarlo antes de que vaya a más, mejor será quedarnos como estábamos, en la era verbalista, bastante tosca y lamentable, pero con obvias ventajas.

Las gentes normales y sensatas son, por estas razones, fieramente conservadoras; esto es, por miedo a los descensos, por escarmientos y experiencias, como el gato escaldado huye del agua fría, o por convicciones empíricas de maleabilidad, como la de los juncos, que se doblegan, venga el aire de donde venga, porque ya pasará. Ni mal que cien años dure, ni Gobierno que perdure, decían los contertulios del poema de don Antonio Machado. O, como declaraba ecuánimemente don Patricio de la Escosura, romántico señor: Parecía que íbamos a ganar los liberales, pero hemos ganado los conservadores; o al revés, si al revés eran las cosas. Era la corrección política con todo el mundo, nacida de todo ese realismo y maleabilidad que vengo diciendo, o del sano y radical escepticismo acerca de las nulas posibilidades políticas para las liberaciones y salvaciones en el plano de lo seriamente humano, que son dibujos en los que no debe meterse ningún Estado ni política, de los que sólo exigiríamos carreteras y alumbrados decentes, dineros para la instrucción y la sanidad, y una gobernación barata como las que siempre prometía don Práxedes Mateo Sagasta, y que cumplía bastante aceptablemente. Es decir, exactamente la democracia que dice Leszek Kolakovski que es la única que no gusta al Diablo, porque es absolutamente neutra y práctica, sin color ni sabor ni otros etcéteras, y que entonces es imposible que desemboque en totalitarismo.

Este totalitarismo es siempre una idea y una práctica de salvación, liberación, y reino de mil años, como los de camaradas rojos o pardos, o sus actuales versiones. Lo que quieren siempre estos señores es nuestro yo o nuestra ánima de cada cual, implantándonos el chip propio de la denominación de origen a cambio de la felicidad. Pero, si los filósofos han comprobado qué clase de fantasía o de broma siniestra propuso el señor Hegel con aquello de que el Estado encarnaría la moralidad humana, a las gentes normales nos es suficiente con atenernos a la horrible montaña de cadáveres que han levantado todos esos pensamientos demiúrgicos del rehacimiento del mundo, para que deje de ser el mundo y sea una balsa de aceite. ¿Para qué querríamos una piscina de aceite? Lo importante es que todo el mundo tenga ocio y negocio como para poder bañarse, si le place, en una piscina de agua o en el mar. Al fin y al cabo, lo que se les pide al Estado y a la política es que tengan ese plus mínimo de presencia de lo justo que decía San Agustín que los distinguía de una mera cuadrilla de malhechores.

En este sentido, creo que hay más agustinianos que lo que parece, como hay muchas gentes que estiman que, cuando el señor Hegel dijo esas cosas sobre el Estado como resumen y consumación de la ética, se había levantado de la cama con mal pie. Y luego otros señores, más prácticos y con vocación de ingenieros de almas y de cosmos enteros, se pusieron a traducirlo a la realidad, y entonces se dieron los resultados que digo, que todos podemos comprobar, y que querríamos que no tuviéramos que temer de nuevo, que es un sano temor.

En los años inmediatos a la famosa transición política española, cuya gloria se ha estado alabando veinticinco años, aunque ahora se haya descubierto que fue demasiado pacífica y bastante racional y esto resultaría insoportable, se me preguntó, para uno de aquellos best sellers de encuestas que entonces se hacían, por el partido político al que pertenecía o por el que sentía más simpatía, y contesté diciendo, con bastante lealtad y alguna retranca, que yo era jansenista, como otras veces he dicho que me siento un tory anarquista; pero lo que no esperaba fue que los fautores de tal encuesta fueran a tomarse tan en serio el asunto como para hablar de un partido hecho y derecho. Y, desde luego, quedó muy bonito; aunque, pensadas bien las cosas, si yo me hubiera decidido entonces a explicar lo que digo en estas líneas, y a los repartidores de noticias y comentarios les hubiera parecido mercancía a vender, hubiéramos sido un buen grupo de escépticos juncales, y desconfiados de la política. Y no era que fuéramos a fundar otro partido, porque esto implicaría una contradicción en los propios términos, pero sí que nos habríamos librado bastante de ella, y, a lo mejor, en vez de que los media tuviesen que noticiar los horrores y las necedades en sentido estricto, que se ven obligados hasta a comentar, habría, pongamos por caso, hermosas sábanas de papel impreso con Cuestiones tusculanas o Diálogos platónicos y similares, que son los únicos que se pueden tener ante una dama, un jovencito, y entre caballeros o gentlemen. Fue una ocasión desaprovechada.

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