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ABC Cultural

Kenizé Mourad: «Sería una intromisión que Occidente «liberase» a las musulmanas»

Kenizé Mourad ha aprovechado su viaje a Madrid para conversar sobre su último libro «El perfume de nuestra tierra», en el que abandona la autobiografía

IGNACIO GIL Kenizé Mourad

TRINIDAD DE LEÓN-SOTELO

MADRID. Esta turca, residente en Francia, ha escrito su tercer libro desde el plano del testigo: «El perfume de nuestra tierra» (Taller de Mario Muchnik). En él brota la periodista que es -ha escrito para «Le monde diplomatique» y «Le Nouvel Observateur», durante doce años acerca de los acontecimientos en Bangladesh, Irak, Líbano, Afganistán... -, y que ha querido dar la opinión de la gente corriente que vive el conflicto palestino-israelí, de uno y otro lado. Su deseo es exponer los hechos, no juzgarlos. Mourad califica la lucha entre ambos pueblos de «espina planetaria». La utopía y la solidaridad le permiten inaugurar el ciclo citado, ya que ambos conceptos forman parte de él.

La trampa de Gaza

Dado que el libro fue escrito en 2003 no pudo tocar el tema de la expulsión de los colonos judíos de Gaza, pero tiene diáfana la situación que ha creado Sharón: «Ha actuado con inteligencia de cara a la opinión pública no muy informada sobre el asunto, sin olvidar que la ocupación de la zona por 8.000 colonos salía muy cara. Gaza se ha convertido en un territorio aprisionado entre las fronteras de Egipto e Israel. Los palestinos no tienen puerto ni aeropuerto, porque fueron bombardeados. Viven, pues, en una ratonera y en la miseria más absoluta. En ese ambiente, lo normal es que empiecen a pegarse unos a otros, que es lo que Sharón pretende, y Arafat impedía. Él se queda con Cisjordania que es la auténtica Palestina. Allí hay 500 intelectuales y políticos detenidos, personas que son la columna vertebral de Palestina, y es que la idea del primer ministro israelí es que si bajo presión internacional se crea un Estado para los palestinos, carezca de fronteras seguras; de agua, cuyo control tiene Israel; de carreteras... Nunca los palestinos han estado tan desesperados».

En una ocasión, le digo, entrevisté a la suegra del líder palestino, que mostró su temor ante la posibilidad de que el integrismo se apoderase de Palestina. «No, responde, los palestinos no son muy religiosos. Es la impotencia y la miseria lo que puede convertirlos en integristas, pero por motivos nacionalistas, no de fe». Añade que hay que tener en cuenta que la población palestina cuenta con un diez por ciento de cristianos muy activos. Ella misma se educó en el catolicismo, aunque se confiesa musulmana para que los demás entiendan que entre los musulmanes también existe gente civilizada. Con respecto al terrorismo habla por la voz del pueblo «que tiene derecho a existir». «Un 80 por ciento, informa, está contra los atentados a la población civil, pero lo admiten en lo que respecta a los colonos que ocupan su tierra y al Ejército». Le duele en el alma la gestación del conflicto, que nació de los ingleses, creció con Israel y han alimentado países árabes».

Si se le comenta que en su obra los judíos ocupan el extremo de la bondad o el de la perversidad y el fanatismo, no lo admite, -«también los israelíes están un poco perdidos por el miedo y los musulmanes atentan contra los que profesan su fe»- afirma sin perder el sosiego que preside sus palabras. Habla de diferencias que son como aguijones en el corazón de demasiados seres humanos: «Cuando Israel no respeta las resoluciones de la ONU, no sucede nada; si lo hace Irak... Ese doble rasero conduce a los atentados suicidas. Occidente sabe mucho menos de Oriente, incluso en el terreno literario, que Oriente de Occidente. El Islam es la fuerza del mal y en eso se resume todo».

Martin Amis ha declarado hace poco en ABC que lo que más temor le produce a los árabes es el poder de las mujeres. Kenizé se muestra de acuerdo. Con respecto a otras palabras del autor acerca de que las musulmanas podrán salir de la situación en que se encuentran con ayuda de Occidente, pone pegas: «Sería una intromisión. La mujer se encarga de la educación, de la economía del hogar, es, en fin, la dueña de la casa. El hombre es el que lleva el dinero. «Esto daría para una conversación muy larga», dice. Pero el tiempo del encuentro ha terminado.

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