«Schubert». Marchando un «Parish»
He aquí una fatal consecuencia de la globalización del cine: cualquiera coge una camarita digital, unos amigos y un pisito en Ópera y se monta su peliculita con pretensiones artísticas y meta-pata-físicas, si se tercia (lo de escribir una novela, palabra detrás de palabra, ya es más cansado). Habemus democracia para esto. Lo bueno es que duran poco, aunque se hagan eternas.
El caso de «Schubert» tiene difícil parangón, ni siquiera «Síndrome» o «Sex» (también con Coque Malla dentro, aunque aquí parece que acaba de volver de la Cuenca de «Todo es mentira» con sobredosis de zarajos): pocas veces habíamos visto algo tan pedante, insustancial, insoportable y ridículo en una gran pantalla.
Uno bendice a sus progenitores por ser hijo único y no tener que soportar hermanos tan tarados, idiotas y pejigueros como los que presenta este bodrio chapucero (aunque Castillo se crea Cassavetes, el sonido va y viene, el montaje es de primero de Imagen, se cuela un letrerito de función del vídeo en plena proyección...) e histórico, que más que un cero debería llevarse un doble cero, como el de Robert Parish. Solo hay una razón para aguantar hasta el final: Ben Gazzara (pero «ven» pronto). Cuando faltan cinco minutos, sale. Y nosotros, 301 segundos después, salimos también, pero pitando de la sala. Pobre Schubert. Haz «lieder» para esto.
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