¡Dejadme solo!
DE la última reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE ha salido el encargo o la generosa disposición de su secretario general de oficiar de conductor de un proceso de conciliación entre los suyos para encontrar una vía que cuadre el círculo del Estatut catalán. Esta implicación personalísima del presidente Rodríguez Zapatero tiene algo de gesto torero, coherente con su apreciación subconsciente de que «no se trata de lidiar con las reformas estatutarias, las reformas estatutarias son algo nuestro», aunque lo de tomar «las riendas» nos remite más bien a la suerte de varas o al rejoneo. Guste o no, la Fiesta Nacional es fuente inagotable y facilona de metáforas polivalentes, así que todos hemos entendido que el berenjenal estatutario lo ve el presidente como una punta de morlacos astifinos que hay que lidiar y que los más sensatos añoran la presencia de un jefe de lidia. Subalternos fuera, basta de marear al animalito, por favor, dejadme solo.
Las tensiones entre los socialistas al respecto son tan evidentes que ya ni siquiera da resultado la sistemática y universal culpabilización del PP como táctica de distracción. La reforma de los Estatutos y su encaje constitucional no se ve ya -aunque técnicamente lo sea- como un asunto de Estado que debe ser fruto del consenso nacional, sino como un problema previo que tienen que resolver los socialistas del PS seguido de diferentes siglas que lo hacen distinto según a qué intereses autonómicos sirvan.
Estamos ante un juego «suma cero» donde lo que algunos ganan, lo pierden otros, y es tarea de titanes vender la idea contraria cuando cada cual necesita convencer a su clientela regional precisamente de que se ha ganado a costa del conjunto. Nada es gratis, y las negociaciones en las que, al final, todos ganan y nadie cede, suelen estar reservadas a los genios o a los milagros del cambio tecnológico. Si alguien pensaba que el dinero para tapar el agujero de la sanidad pública iba a caer del cielo y no del bolsillo de los ciudadanos, estaba en la inopia.
En esto de los estatutos también pagarán los ciudadanos, aunque los de un sitio más que los de otro, y en esta discriminación el igualitarismo y hasta la solidaridad socialista se quiebran. Estaría bien que Zapatero se implicara personalmente y tratara de poner orden en su turno y cuadrilla, porque si lo consigue lo demás puede ser más llevadero. El viejo chiste contaba que el matador seguía gritando ¡dejadme solo! cuando ya el ruedo estaba vacío de subalternos, y así se lo hicieron ver. Señaló al toro y se quejó: «Y ése, ¿qué hace ahí?». Pero a nuestro toro autonómico ya no hay quien lo devuelva al corral y échele usted un galgo a quien le abrió el toril. Sólo nos queda lidiarlo civilizadamente.
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