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Un violento 1º de mayo

Siguiendo la estela abierta en las algaradas de Seattle, Praga, Niza o la más reciente de Quebec, una variopinta amalgama de grupos radicales utilizó la fiesta del Primero de mayo para desatar la violencia en varias ciudades del mundo industrializado. Sídney, Londres o Berlín sufrieron las consecuencias de las protestas alternativas de los activistas antiglobalización, un fenómeno en auge que, paradójicamente, tiene su caldo de cultivo en las sociedades más ricas y avanzadas. Un abismo separa los procedimientos de estos comunistas revolucionarios, anarquistas, punkies y ecologistas radicales de la tradicional reivindicación que cada año capitalizan los sindicatos en todo el mundo.

La protesta sindical del 1º de mayo se ha convertido en un rancio ritual que sobrevive a los históricos movimientos obreros que propiciaron el reconocimiento de un amplio abanico de derechos sociales. Los cambios radicales que se han manifestado en las sociedades avanzadas prácticamente han vaciado de contenido la Fiesta del Trabajo. Los sindicatos, que han aceptado su rol en una sociedad capitalista y liberal, deben adoptar paulatinamente un nuevo sistema de valores y un tipo de tratamiento diferente para acometer los nuevos problemas que plantea una sociedad radicalmente diferente a su inicial razón de ser. Y hablamos de asuntos de tanto calado como la inmigración o su capacidad para ser útiles a la inmensa masa laboral formada por profesionales o cuadros medios. Es decir, que cabe exigirles realismo y pragmatismo ante una nueva realidad social, cuyos problemas tendrán que abordarse con dosis de imaginación.

Al margen del papel que estén dispuestos a desempeñar, los sindicatos deben estar alertas y no dejarse devorar por la ola antisistema. La protesta democrática, que se vertebra en torno a organizaciones con implantación social y que persigue la legítima conquista de una mejora, nada tiene que ver con el radicalismo de esas células marginales. Estos grupúsculos tienen la violencia como principal modo de expresión y como única razón de ser. Bajo los pies de los alborotadores sólo hay soledad y rechazo social. Por ello, esta violencia gratuita trufada de grandilocuentes eslóganes no debe encontrar jamás la comprensión o la complacencia de parte de la izquierda o de sectores sindicales.

No existe aún un diagnóstico sobre la aparición del fenómeno antiglobalización. Quizá obedezca al aburrimiento de una sociedad acomodada y a la ausencia de un debate de ideas. Pero por encima de todo hay que evitar que estos violentos automarginados se apropien de la idea de solidaridad que pregonan entre pedrada y pedrada, porque, si alguna misión tiene la inevitable globalización mundial es encontrar soluciones contra la injusticia y la pobreza.

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