DOCE CUERDAS ANTIGUAS
En el limbo Clasius Clay y bien muerto y enterrado Joe Louis, el personal de orden afirma que el boxeo ya no existe, que también ha muerto. Parece verdad. Veo algunas noches en televisión a unos falsos boxeadores, sobre un ring verdadero, que se dan patadas y codazos. Es una farsa, una grotesca profanación, la triste imagen de la decadencia.
Entonces pienso en Ray «Sugar» Robinson, fino como un estilete, bailando sobre las zapatillas en el Madison de Nueva York, la mano izquierda centelleante como un castigo de Dios, elegante como un antiguo caballero de Harlem. Nunca salió Robinson en una película. Ningún actor pudo interpretar nunca su juego de piernas.
En una taberna de la Plaza de las Monjas, hace ya muchos años, Julio Cortázar me contó el combate entre Dempsey y Firpo, que el novelista había escuchado por la radio en Buenos Aires, de muchacho. El mejor relato del mundo, sin duda. Pero ocurre que ahora no se hacen películas sobre el boxeo verdadero. «Toro salvaje» fue la última. Ben Buker, un boxeador español olvidado, me contó, tartamudo y «sonado», su combate con Graziano. Otro retrato inolvidable. Hoy el boxeo es como la magdalena de Proust para unos cuantos viejos aficionados cada vez con menos memoria, que no nos gusta el boxeo de patadas ni que las mujeres suban a un ring.
Ignacio Aldecoa, el autor del inolvidable «Young Sánchez», se llevaría las manos a la cabeza con «Million Dollar Baby», que por cierto no pienso ver. Sigo pensando hoy que el campeón del mundo de los pesados es Joe Louis y que mañana es su combate de revancha con Marciano.
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