Dónde comer en El Palo de Málaga: los mejores chiringuitos y bares

Entre esos barrios, El Palo ocupa un lugar especial: un pequeño universo con identidad propia dentro de la gran Málaga. Aquí conviven la cultura marinera, los merenderos clásicos, los bares de siempre y una nueva generación que ha sabido sumarse al paisaje sin desdibujarlo. Ese equilibrio es precisamente lo que hace que cada año más aficionados crucen la ciudad para comer en estas calles donde todo parece ir a otro ritmo.

Y si en algún punto del barrio esa mezcla funciona especialmente bien es en Echeverría-El Palo, donde las tabernas tradicionales conviven con proyectos jóvenes que aportan frescura sin romper con la esencia.

Siguiendo las recomendaciones de nuestro editor, Carlos Mateos, buen conocedor de la zona y devoto confeso de sus barras, hemos reunido paradas tan reconocidas como Hermanos Alba, desayunos que ya son ritual en El Roper, barras marengas como Zurich, casas de comidas como Juanito Juan, propuestas frescas como Primitivo, la marisquería-freiduría Salvador y Lucas y otros imprescindibles del entorno como Lo de Tomás, y los chiringuitos de Las Palmeras y La Recaleta que aunque se encuentren fuera de los márgenes del barrio, siempre son recomendables.

Comenzamos por la zona de Echeverría, y hacemos un alto en el camino en el restaurante de los Hermanos Alba. Este establecimiento es un referente de marisco y pescado fresco , que trae diariamente de la lonja de la Caleta de Vélez.

Hermanos Alba sigue apostando desde 1988 por mantener una carta con imprescindibles de la cocina malagueña que les permite ser uno de los restaurantes de Málaga mejor valorados. Las especialidades de la casa son los pescados a la papillote, la fritura, el gazpachuelo tradicional, sopa viña AB y la ensaladilla rusa.

A pocos metros del mar, Primitivo se ha convertido en uno de los proyectos más personales —y más mimados— de Echeverría-El Palo. Lo que nació en 2018 como un local pequeño para cuarenta comensales terminó quedándose corto para la cocina que Pablo y Elena querían desarrollar, lo que les llevó a dar el salto a un espacio mayor en la misma avenida. La mudanza no cambió la esencia: Primitivo sigue siendo una casa donde conviven las brasas, los escabeches, los arroces del mediodía y un recetario que va de lo clásico a lo sugerente sin perder coherencia.

Aquí es habitual encontrarse desde un gazpachuelo afinado hasta una caldereta o unos garbanzos hechos con calma, pero también platos que apuntan más alto: pajaritos fritos, jibia en vinagre, raviolis de pescado o carnes tratadas con respeto al carbón de encina. La carta cambia a menudo, con entrantes que alternan lo frío y lo caliente, crudos bien trabajados y una sección de arroces que muchos reivindican como de las mejores de la zona.

Primitivo mantiene ese equilibrio difícil entre cocina de barrio y creatividad tranquila, sin estridencias y con mucha técnica detrás. Un sitio para volver con hambre y sin prisa

Si hay un lugar que resume mejor que ninguno las mañanas en El Palo, ese es el bar Roper. Pegado al mercado municipal y con más de cuatro décadas a sus espaldas, este bar forma parte del paisaje cotidiano del barrio: aquí se desayuna, se merienda y se conversa como si el tiempo fuera otro. Antonio García está al frente del local, y en la cocina —y en la vida— le acompaña María José, responsable de uno de los tesoros más comentados de la zona: el lomo en manteca que elaboran a diario y que ha convertido este bar en parada obligatoria.

La fama del lomo ha viajado mucho más allá del barrio, pero en El Roper no se quedan solo ahí. También preparan una zurrapa paleña que tiene tantos devotos como historias a su alrededor, y una carne mechada que se agota antes de que termine la mañana. Todo se sirve con el tono cercano de los bares que siguen siendo de barrio de verdad, sin artificios y con producto hecho en casa. Un clásico absoluto de Echevarría para empezar el día con fundamento.

En el corazón del Mercado de El Palo, donde la tradición marinera sigue marcando el ritmo de cada mañana, aparece uno de los puestos más queridos del barrio: Salvador y Lucas, una marisquería–freiduría que ocupa los puestos 34 y 35 y que funciona como un pequeño santuario para quienes buscan pescado y marisco sin rodeos. Su mostrador es un anuncio en sí mismo: boquerones plateados, conchas finas, calamarcitos, gambas, almejas… género de lonja seleccionado a diario y tratado con el respeto que merece.

Aquí puedes comer pescaíto frito recién hecho, con ese punto malagueño que no necesita explicación, o llevarte el marisco ya preparado gracias a su servicio de cocedero, muy apreciado entre los vecinos que comen en casa pero no renuncian a la calidad. Salvador y Lucas representa esa parte del barrio que no cambia: producto fresco, cocina directa y un ambiente de mercado que forma parte de la experiencia. Uno de esos sitios que definen El Palo desde dentro.

En plena avenida Salvador Allende,Juanito Juan es uno de esos sitios donde el tiempo corre al ritmo del barrio. Nació como una casa de comidas honesta, de cocina española directa y sin maquillaje, y hoy continúa en manos del equipo que trabajó junto a los históricos Enrique y Pepín, manteniendo intacta la esencia que hizo del local un refugio para tantos habituales. Aquí no se viene de paso: se viene porque te conocen, porque te sientas donde te sientas te atienden por tu nombre y porque la cocina sigue hablándole al mar de frente.

Lo que se sirve en la mesa es sencillo de explicar y difícil de olvidar: una ensaladilla rusa que muchos consideran de referencia, frituras impecables —acedías, victorianos, boquerones, ortiguillas— y marisco tratado con mimo, desde unas almejas a la marinera de mojar pan hasta unas conchas finas que saben exactamente a Málaga. También trabajan guisos, pescados del día y platos tradicionales que cambian según mercado, todo en un comedor modesto pero cálido donde lo importante siempre está en el plato.

En la avenida Pío Baroja está Lo de Tomás, un local que combina cocina casera, guiños marineros y una carta que se apoya en el mejor producto de temporada. Aquí el marisco llega directamente de lonja: ostras, almejas, vieiras o unas buenas gambas cocidas suelen presidir un mostrador que invita a pedir «algo para picar» antes de sentarse.

La cocina se mueve entre lo tradicional y un toque más actual que asoma de vez en cuando: fabada cada jueves, fideos tostados, boquerón gordo a la plancha, croquetas, pastel de cabracho o un carpaccio de pulpo que funciona especialmente bien en temporada. También trabajan carnes y guisos —cochifrito, solomillo ibérico, rabo de toro— y una selección de entrantes que cambia según el mercado. En sala, la propuesta se completa con una bodega bien escogida, pensada para acompañar tanto un picoteo como una comida más larga.

Lo de Tomás es de esas tabernas donde apetece entrar casi a cualquier hora: por una ración de marisco, por la cuchara del jueves o por la sensación de estar en un sitio donde mandan el producto y el buen trato.

En el límite entre El Palo y Pedregalejo, Las Palmeras representa esa nueva generación de chiringuitos que han sabido actualizarse sin perder la raíz marinera. Con casi medio siglo de historia familiar a sus espaldas, hoy es Enrique —tercera generación al frente— quien mantiene vivo el legado sin renunciar a una propuesta más afinada, donde el producto de lonja sigue marcando el paso diario.

Aquí se viene a mirar la vitrina y decidir: marisco fresco, conchas al natural, gambas cocidas, almejas que apenas tocan el fuego y una selección de pescados impecables. En la barca, el espetero trabaja sardinas, lubinas, doradas o incluso piezas más grandes cuando el día lo permite, siempre con ese punto justo que distingue al buen chiringuito. También preparan guisos tradicionales —sopa de rape, fideos con pintarroja, gazpachuelo— que recuerdan la cocina marenga de siempre.

La experiencia se reparte entre una terraza a pie de playa y una sala interior más tranquila, ambas acompañadas por una bodega sorprendentemente amplia para un local de playa. Un chiringuito que demuestra que tradición y actualización pueden convivir sin perder autenticidad.

Ya fuera del núcleo de El Palo, pero a un paseo del barrio y bien instalada en la Playa del Dedo, La Recaleta es uno de esos sitios que obligan a ampliar el mapa. No es exactamente un chiringuito al uso —aunque ellos insistan—, sino una versión afinada del género donde el mar dicta el menú y la cocina se mueve con una precisión poco habitual a pie de playa. Al frente de la cocina está Javi Ruiz, junto a sus socios del grupo La Milla, Luismi Menor y César Morales. Javi es un cocinero malagueño con trayectoria en casas potentes (Sollo, La Cosmopolita, Santi Taura), que aquí interpreta el recetario marinero con una mirada actual, respetuosa y muy pegada al producto diario.

La propuesta combina frituras impecables, boquerones marinados en su punto, fideuás potentes según la pesca del día y platos de corte más creativo que encajan sorprendentemente bien en esta orilla. También trabajan piezas enteras a la brasa —lubinas, pargos, salmonetes— con ese crujiente interior tan difícil de conseguir. La bodega es más contenida que la de sus «hermanos mayores» de Marbella, pero suficiente para quien quiere acompañar el festín con algo más que una cerveza fría.

La Recaleta es, en esencia, un chiringuito que juega en otra liga sin renunciar al paisaje: arena bajo los pies, mar de frente y una cocina que demuestra que la excelencia también puede vivir a dos pasos del Tintero. Una parada obligatoria para quienes buscan comer muy bien junto al Mediterráneo.