Que se haga la luz; que corra el aire
El nivel de tranparencia de la democracia española es nulo: como el de Malta, sin ánimo de faltar. Así lo ponen de manifiesto los últimos informes, que revelan que la opacidad reina en las distintas administraciones del Estado, coartando ese vínculo que debería ser sagrado entre los poderes públicos y el ciudadano. A menor transparencia, menor calidad democrática, que no es un concepto formal sino la piedra angular sobre la que se sustentan las sociedades verdaderamente libres.
La transparencia de nuestra democracia es nula, como la de Malta
La Ley de Transparencia que hoy aprueba el Consejo de Ministros es un paso fundamental, pero su valor dependerá del compromiso del Ejecutivo de convertir la letra en realidad. Las instituciones del Estado deberían tener las paredes de cristal, pero esta democracia nuestra se ha encargado de cubrir con un tupido velo los muros del poder, blindándose de cualquier mirada exterior. Así, la corrupción campa a sus anchas, así se urden tramas, así se pervierte el sistema.
Bien está que el Gobierno haya decidido coger el toro por los cuernos y acometer una ley que viene con décadas de retraso. Tantas, que nuestra democracia está obligada a un titánico esfuerzo de regeneración si no quiere ser víctima de esa decadencia ética que se extiende como la carcoma. Bienvenida sea la Ley de Transparencia; ahora solo queda lo más importante: que los muros sean sustituidos por ventanas. Y se haga la luz. Y corra el aire.
Jaime González es redactor jefe de Opinión.
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