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Adolfo Suárez y el 23-F: «¡Qué vergüenza para España!»

El expresidente defendió con valentía su «obra política» frente a la intentona golpista

Adolfo Suárez y el 23-F: «¡Qué vergüenza para España!» telesforo naranjo

JUAN FERNÁNDEZ-MIRANDA

Cuando el teniente coronel Tejero irrumpe pistola en mano en el Congreso de los Diputados con la firme y única intención de secuestrar la democracia, Adolfo Suárez ya ha tomado la decisión de retirarse de la política. En ese momento, cuando Tejero asalta el hemiciclo, los 350 diputados elegidos libremente por los españoles están votando uno por uno la elección de su sucesor en la Presidencia del Gobierno.

«¡Quieto todo el mundo!». El grito del teniente coronel golpista desde la tribuna de oradores del hemiciclo provoca la reacción airada del ministro de Defensa, el militar Manuel Gutiérrez Mellado, que abandona su escaño para abroncar al guardia civil. Los golpistas zarandean al ministro, que a sus casi ochenta años se revuelve como puede en un gesto de enorme valentía personal. Tejero zanja el rifirrafe apretando hasta once veces el gatillo y da una orden: «¡al suelo!» El estruendo es enorme. La inmensa mayoría de los diputados se ocultan bajo sus asientos y las bancadas quedan repentinamente vacías. La imagen dará la vuelta al mundo. Pero no todos los escaños están vacíos: en su asiento, el todavía presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, permanece sentado, expectante, consciente de que ese gesto de rebeldía puede provocar la ira de los golpistas. Pero Suárez no se amilana.

«Deponga su actitud»

Es febrero de 1981. Han pasado cinco años desde la muerte de Franco, casi cuatro desde las primeras elecciones y poco más de dos desde la aprobación de la Constitución. Durante todos esos años iniciales del posfranquismo, el ruido de sables ha sido un murmullo perenne. En ese tiempo, nadie sabe cuantificar con exactitud hasta dónde llega el descontento en las Fuerzas Armadas, pero todos son conscientes de su existencia.

En ese momento, cuando ocupa el asiento que aún le acredita como presidente del Gobierno de España, Suárez es consciente de que su figura nunca ha gozado de las simpatías de los más duros del Ejército. Sabe que el descontento entre los militares más inmovilistas fue especialmente virulento el Sábado Santo de 1977, el día que contra todo pronóstico Suárez decidió legalizar el Partido Comunista. Precisamente, su secretario general, Santiago Carrillo, también permanece sentado en su escaño unas filas más arriba.

Un mes antes, a finales del mes de enero, Adolfo Suárez había presentado la dimisión convencido de que su marcha sería «más beneficiosa para España» que su permanencia en la Presidencia. Los últimos años habían sido muy intensos y el desgaste político del presidente del Gobierno era más que notorio. Cuando se dirigió por televisión a los españoles para anunciar y explicar los motivos de su marcha, Suárez dijo que su salida trataba de evitar que «el sistema democrático de convivencia sea una vez más un paréntesis en la Historia de España».

Por eso, un rato después de la irrupción golpista, Suárez pide ver a Tejero, que le recibe en una sala contigua al hemiciclo. «¡Qué vergüenza para España! ¿Quién hay detrás de esto? ¿Con quién puedo hablar?», pregunta el presidente. «¡Por España, todo por España!», responde el teniente coronel, que se niega a obedecer. Suárez insiste: «Deponga su actitud, pare esto antes de que ocurra alguna tragedia, se lo ordeno». Pero su autoridad en esos momentos es insuficiente. Sólo una persona puede hacerlo: el Rey. Unas horas después, TVE emite el mensaje con el que Don Juan Carlos revienta las ambiciones golpistas: «La Corona no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático».

Los golpistas, a la cárcel

En lugar de acabar con la democracia, el fallido golpe de Estado supuso la consolidación de la Transición. Aquel 23 de febrero, Adolfo Suárez fue valiente en la defensa de su obra política. Ése fue su último servicio a España como presidente.

Dos años después de estos sucesos, el Tribunal Supremo dictó la sentencia definitiva sobre el golpe de estado del 23-F. Por participar activamente en él, fueron condenadas 33 personas, entre las que destacaban tres: el teniente general Jaime Milans del Bosch, condenado a treinta años de prisión, salió de la cárcel en 1991 y falleció en 1997. El general Alfonso Armada, fue condenado a 26 años y recibió el indulto en 1988. Falleció el pasado mes de diciembre. Quien todavía vive es el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, condenado a 30 años y en libertad desde 1996. Recientemente, participó en un almuerzo organizado por su hijo sin autorización en el Acuartelamiento de Valdemoro para conmemorar el 23-F. Por esto motivo, su hijo ha sido destituido como jefe del Grupo Reserva y Seguridad de Madrid. Es la última noticia del hombre cuya imagen pistola en mano representa el último golpe de estado de la Historia de España.

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