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Ever Maximiliano David

Aún estoy esperando que se arrepienta en el último momento

Banega golpea el balón durante la final de la Europa League AFP
Felix Machuca

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Muchos años después de que su padre, frente al pelotón de fusilamiento de los recuerdos, le explicara a su hijo lo que es el hielo de la ausencia y el frío del adiós, espantó el abatimiento de su corazón con lágrimas en los ojos, rememorando ... la magia de un hombre que hacía feliz a la gente. Su hijo lo miraba entre el embeleso y el asombro, porque en las estrecheces del Coronado, con el botellín de Cruzcampo a temperatura polar, trataba de explicarle cómo aquel tipo con nombre de personaje de «Cien años de soledad», era capaz de jugar al billar a tres bandas con el balón entre sus pies. Al igual que Melquíades, el gitano mago de la novela de García Márquez, el criollo era capaz de devolverle la felicidad a los que jaleaban sus inventos, ya fuera el imán de sus botas desguazando la tornillería de las escuadras de las porterías o el telescopio de su inteligencia promoviendo que, el común de los mortales, se acercara al entendimiento que tenía del fútbol a lo grande. Melquíades regresaba a Macondo por el mes de marzo, para volver del revés al pueblo del banano y los gallináceos, con la magia de lo que encontraba en su deambular por el mundo: la gallina de los huevos de oro, el mono amaestrado que adivinaba el pensamiento, los loros multicolores que cantaban romanzas italianas, el menjunje que te hacía desaparecer reduciéndote a una mancha de alquitrán en el suelo…Nuestro mago nació también con el don de Melquíades y repartió felicidad, asombro y entusiasmo. Yo creo que ese don le nació en la pila baustismal cuando bendijeron al rosarino con un nombre tan mágico: Ever Maximilano David Banega.

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