El Sevilla no tiene solución
Un club empobrecido desde la cúspide navega en la mediocridad sin que los cambios en la jefatura deportiva sirvan para enderezarlo
El Sevilla es más de lo mismo. Y mal de los mismos. El Sánchez-Pizjuán vive (o sobrevive) a un bucle de mediocridad en la jornada 78 (sumando las dos últimas temporadas y el inicio de la actual) de una historia que ... finalizará como todo el sevillismo teme. Desde que campeonara en Budapest y los dirigentes decidieran mover la famosa botellita de agua se produjo esa caída a un pozo sin fondo visible pero real. Qué a gusto se quedaría Pepe Castro tras aquella declaración sobre el fantasma recurrente de Monchi. Cada vez que se pierde un partido, no se generan recursos para fichar, o ni siquiera para inscribir a los pocos jugadores a los que se puede acceder en el mercado, el nombre del exdirector deportivo sobrevuela los pasillos del coliseo nervionense. Es la excusa perfecta para intentar aniquilar el pensamiento crítico. O, mejor dicho, para limpiarse de culpas aquellos a los que debería pesarle la mochila de los errores como a nadie. Deben pensar que más de uno se chupa el dedo. Quizás puedan vender el cuento a la generación a la que no le molesta llevar el nombre de Sergio Ramos en su camiseta. A los que llevan más de dos décadas en la grada no pueden engañarle. Utilizar el recurso político de desenterrar los peores recuerdos para dividir y desunir, dejando que la mirada se desvíe a otros horizontes. No cuela. Nadie duda que los últimos años de bonanza fueron el perfecto desencadenante de este horror. El inicio. No el final. Es decir, se le podía poner solución. No tiritas de tres al cuarto. Ni Víctor Orta. Ni Antonio Cordón. Mirar al palco. Ahí está el problema. Sólo ahí. No hay solución posible.
Y eso que contar con profesionales como el nuevo director deportivo o el entrenador Matías Almeyda es el mal menor. No se les puede responsabilizar del partido del Sevilla ante el Getafe. No del mal partido, sino de esa sensación permanente de brazos bajados. De no ser capaces de sobreponerse a lo inevitable. Si a Gudelj ahora le toca ser el jugador que maneje los tiempos del encuentro para los sevillistas; quien decida cuándo se realiza una presión alta; si se juega en corto o avanzan en largo; ser el líder o motor del equipo, la crisis no es que haya comenzado, es que ganar un mísero encuentro será todo un milagro. Además de inscribir a los necesarios fichajes ya realizados, el Sevilla necesita un mediocentro posicional y un central como el comer. Es por pura supervivencia. Ya ha resistido dos años sin delantero. Incluso podría otro tercero. Quién sabe. Parece que a Cordón le vale con los que le dejó su antecesor. Tampoco tiene dinero para cambiar lo ya firmado. Haría una plantilla nueva si pudiera, mientras mantiene esa estrategia (más de club que propia) de pedir lo máximo para las ventas, mientras el mercado va llegando a su fin, sólo se ha vendido un jugador y no se pueden inscribir a los nuevos. Un plan sin fisuras. Por las narices.
Diseñado por ese club que denosta a sus leyendas mientras filtra que son hermanas de la caridad avalando con dinero propio las inscripciones, todo envuelto en ese sistema de seguridad que los protege y aísla del ruido exterior, ese que les dice la verdad a la cara. Por mucho que los palmeros de anteriores regímenes en Nervión carguen contra una grada cansada, lo cierto es que el sevillismo simplemente ha aceptado su actual realidad, que no es otra que conformarse con lo que ve, apretando en los momentos de mayor necesidad y criticando lo que ve y siente. ¿De qué vale ir al fútbol a protestar sin descanso si es consciente de que no sirve de nada? Quien no tiene nada que perder poco le importa lo que le digan. Se llama madurez. Comprensión. Nunca perdonará las fechorías de quien tanto daño le está produciendo. Eso queda grabado por siempre en la memoria. Ni si la pelotita remontase ligeramente el vuelo cambiaría la impresión hacia quien dice desvivirse por el Sevilla y sólo sirve para vivir de él. Para chuparle hasta la última gota de su sangre a un club en los huesos. El mundo del fútbol revive sus ilusiones cada verano. Todo parece florecer en el calor estival. Las pretemporadas avivan los recuerdos de tiempos mejores. Hasta que suena el pitido inicial y el Sevilla demuestra que nada ha cambiado. Que no tiene plantilla. Ni equipo. Ni estructuras. Mucho menos dirigentes. Un escudo y una afición. Con eso se ha librado dos años de la muerte. ¿Podrá un tercero?
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