Cuestión de proporción
En una Liga donde se para o suspende un partido por el desvanecimiento de un espectador o gritos inapropiados en la grada, asombra, escandaliza, que se juegue con decenas de muertos flotando en Valencia tras la DANA
Sevilla
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Iniciar sesiónLa terrible DANA que ha asolado Valencia y de la que se siguen conociendo trágicas consecuencias tiene sumida a toda España en una depresión que sólo interrumpe la indignación por el proceder de las administraciones públicas y la mezquina clase política, dedicada a lanzarse de ... cabeza a cabeza tanto la responsabilidad de lo ocurrido como la escasa y lamentable respuesta. Poco sentido han tenido otros temas y debates a tenor de la dimensión de la catástrofe. Sin embargo, como ya es costumbre, el fútbol y su hermética burbuja no han dejado de sorprender y hasta irritar. El campeonato de Liga no se suspendió.
Como si de una cofradía sevillana en busca del lucimiento de una salida extraordinaria se tratara, a años luz de la sensibilidad social y del comportamiento adecuado del momento, la Liga mantuvo su calendario -más allá de lo que afectaba directamente a los equipos valencianos- y la jornada se celebró como si tal cosa. Hubo que jugar. El negocio es el negocio. Entrenadores y jugadores mostraron su rechazo a tener que mantener la rutina con mayor o menor vehemencia cuando los periodistas preguntaron por su percepción del asunto, pero lo cierto es que asumieron, obedientes, el dictado. Con una Federación Española diluida, sin peso alguno, y una asociación de futbolistas que no pinta absolutamente nada, todo el poder de decisión quedaba en manos de Javier Tebas y su LFP, que tiraron para delante sin mayor miramiento ni reparo, con los muertos aún flotando y contándose por decenas, y con la supuesta cobertura ética de convertirse en elemento aglutinador de ayudas para los damnificados. De una manera u otra, se vuelve a demostrar que el balompié patrio pervive en una hermética urna a la que no acceden ni la legislación general (no existe siquiera la libertad de expresión para los protagonistas, sancionados por expresar sus puntos de vista) ni la coyuntura social, sea ésta lo trágica que sea. Pero hay más. Algo que hace aún peor la decisión de no alterar el calendario: la contradicción y la falta de proporcionalidad si se compara lo hecho este pasado fin de semana con otros momentos o hitos en los que sí se varía el curso de los acontecimientos futboleros y hasta se detienen o suspenden encuentros. En España, en la competición liguera, se ha suspendido un partido ante la simple previsión de una borrasca que luego no llegó a descargar ni una sola gota en Madrid; aquel Atlético-Sevilla se pospuso más de dos meses para disputarse en Navidad. En España, en la competición liguera, se detiene un partido y hasta se suspende si uno solo de los miles de espectadores presentes en la grada sufre un desvanecimiento, una bajada de azúcar o, no digamos ya, un problema cardiaco; hasta un protocolo se ha elaborado. En España, en la competición liguera, se para el fútbol se advierte por megafonía y se da por acabado el espectáculo en cuanto se escuchan gritos inapropiados en la grada, insultos a un jugador o proclamas con capacidad de instigar a la violencia; también para eso hay protocolos ya firmes e inflexibles. En España, en la competición liguera, se desarrollan campañas gigantescas y se cierran gradas y recintos si un jugador denuncia un gesto racista en las tribunas o fuera incluso del estadio. Tan sólido es ya este deporte en nuestro país en toda esta vertiente tan influenciada por lo políticamente correcto y la prevención que llama poderosamente la atención que esta vez, con numerosísimos fallecidos y un escenario de posguerra en las calles valencianas, no se haya cambiado el guion ni se plantease parar el torneo, demostrándose una falta de sensibilidad escandalosa pero también una sorprendente falta de proporcionalidad al comparar con esas otras situaciones descritas. No basta con el minuto de silencio y la cuenta de bizum en un ángulo de la pantalla televisiva. No. Hay que tener un poco más de decencia y altura de miras. El fútbol sólo es eso, fútbol. Solo que a quienes lo gestionan parece interesarles más el tesoro económico que provoca. Sólo queda suscribir lo expuesto por Julián Calero, entrenador del Levante. «Me siento avergonzado de pertenecer al fútbol español. Si el protagonista no se presenta, la obra de teatro no se celebra». Pues eso. El sentido común también ha quedado cubierto por el lodo. Una vez más.
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