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Francisco Seco

¡Vivan los bares de mala muerte!

¡Vivan los bares de mala muerte!, por Javier Villuendas - ABC.es
por Javier Villuendas

En 1977, en una timba clandestina en León, una mano ganadora recibió como pago en especie un bar. Lo llamaron «Stick», aunque lo conocemos mejor por su pseudónimo, «La taberna del Buda», gracias a la canción de Café Quijano. En ella, el mayor de los hermanos canta sobre los inolvidables 14 meses que pasó en tremenda tensión tras su barra. El pub lo había ganado su padre al bacará. Expresidiarios, presidiarios de permiso, policías, dueños de bingos, traficantes, proxenetas, prostitutas, jueces, pijos y un casting diario de despistados convirtieron el local en el Vietnam del Barrio Húmedo. Hablamos de pistolas, por descontado de navajazos. «Yo llegaba allí y ponía la mente en modo guerra. En cualquier segundo podía entrar uno por la puerta y montarte un número. O montarte un número el que menos esperabas. Era un cóctel explosivo que normalmente explotaba», nos contó el propio Manolo Quijano sobre un bar en el que, también, actuó por primera vez. Centro histórico, vaya. También ocurre que un buen antro de mala muerte se recuerda hasta en el lecho del ídem... aunque pronto los chapen o se amansen. El «Stick, por ejemplo, se reformó en «La Lola». Y no le va mal en TripAdvisor.

Sin embargo, no todo el monte es el «Stick», sino al contrario, y es torticero mentar solo al Bar Mordor de turno o parajes postapocalípticos como el Rollo en Zaragoza o un paseo por los bajos de Argüelles de la mano de unos simpáticos skinheads para justificar una expresión, «bar de mala muerte», que arrastra una indolencia y pijismo en la mirada que sólo tiene parecido con la realidad en la mediocridad del observador. A la que hay algo de oscuridad o decoración humilde o música «rara» o una ceremonia sangrienta para entrar en los Ñetas (esto último es broma), se tiende a lanzar ese sambenito que, para más inri, suele recaer en bares con tira de encanto y personalidad. Parecemos nuestras madres. O peor, nuestras madres superioras en el convento. Eso sí, a tope con el clon del clon del clon que son muchas tabernas irlandesas o los cuqui bares con bicicletas colgadas y cerveza sabor pizza, la unión de sabores que el pueblo necesita.

«Hay cierto complejo y prejuicios al utilizar este término de ‘bares de mala muerte’ cuando en realidad queremos hablar de aquellos locales que nos han hecho felices a todos en algún momento, por su solera, su autenticidad y los parroquianos que allí se dejan caer», explica Mario Suárez, autor junto a Javier Sánchez del libro «El Bar: historias y misterios de los bares míticos de Madrid». Precisamente, respecto a la capital, el «connaisseur» consultado sobre tugurios cree que «Madrid los ha abandonado a su suerte, y en ellos se han escrito novelas, canciones y han inspirado a artistas. No se debe crear una ciudad sin tenerlos en cuenta, no todo deben ser franquicias de estilo nórdico con rincones instagrameables».

Pero, ¿qué es un bar de mala muerte? En Yahoo Respuestas México lo tienen claro: «Es un bar todo sucio, con personas ahogadas de borrachas en cada uno de los bancos de la barra, cucarachas por aquí y moscas por allá, con un olor a baño publico mezclado con alcohol de frota, con prostis veteranas de las que cobran barato y donde de pilón el cantinero es malhumorado. De esos en los que entran 5, y a la salida sacan: 3 muertos, 1 mutilado, 1 sin órganos… Con suerte sale alguien vivo». Así que, ciñéndonos a esta rigurosa definición, no exageremos por aquí. Ni seamos clasistas «porque su mobiliario es pobre, la cerveza es barata y los clientes son los marginales de una ciudad», como defiende la periodista Belkys P. Esteban. O faltemos porque pinchan música que desconocemos, la gente no calza el peinado militar que tanto anhelamos y apenas se ve nada. Y recordad al mítico CBGB, emblema de Nueva York pero en su día supuesto pozo de perdición en los 70 y que vio nacer a Los Ramones, Blondie, Talking Heads o Television, historia de la música pop. O los bares de la Movida, en una Malasaña con prostitución y mucha droga, pero en donde pasaron cosas interesantes luego recordadas hasta la náusea. Oro no parece, plátano de Warhol es.

Madrid, es más, solía ser un hub intergaláctico de bares de mala muerte. «Su autenticidad no solo va unida a su decoración, es su ambiente, la música que allí se escucha y hasta las pintadas de los baños han añadido historia a la capital de España. Su tenebrismo frente al camarero no es otra cosa que una ambientación para lo creativo, para animar a las largas conversaciones y al intimismo propio de un templo. Pueden ser antros, pero ahora andamos escasos de antros y, por consiguiente, andamos cortos de refugios para músicos, artistas y soñadores», opina Suárez. Sin salirnos de Malasaña, o «Payasaña» según el lúcido compañero de ABC Jesús Lillo, aún resisten algunos agujeros maravilla como el Weirdo o el Wharf 73, en los que en vez de encontrar la muerte (la mala muerte, el superacabose) es mucho más probable encontrar el amor o incluso algún tipo de comprensión. Y también en Vigo, Salamanca, Granada, Valencia, en cualquier otra. Veremos cuántos de ellos caen ahora, y cuáles pueden seguir dando color desesperanza a la chavalada más entusiasta. Di no a la droga de la homogeneidad. Vivan los bares de mala muerte.