ABCBares, la gran extinción#CancionesDeBar
El Café de Rick, de «Casablanca».

Un negroni con las estrellas: la sed del cine por los bares

Un negroni con las estrellas: la sed del cine por los bares, por Lucia M. Cabanelas - ABC.es
por Lucía M. Cabanelas

No hay nada que no pueda suceder en un bar. Al ritmo de la melancólica banda sonora de Yann Tiersen, Amélie Poulain se enamoró de Nino Quincampoix en el café Des deux Moulins y convirtió el local de Montmartre, con luces de neón en el techo y desconocido hasta entonces, en un monumento de París casi tan conocido como la Torre Eiffel. La ciudad de la luz es lo que siempre les quedará a Ilsa y a Rick, que consoló su corazón roto en el piano que nunca dormía del local nocturno más popular de Casablanca. Fue en ese Café de Rick donde Humphrey Bogart, con su impecable esmoquin blanco, sufrió de nuevo al ritmo de «As time goes by» y le pidió a Sam que la tocara otra vez, y otra más, hasta que el humo de los ubicuos cigarrillos y el alcohol del cabaret agotaron existencias. «La tocaste para ella, la puedes tocar para mí. Si ella pudo soportarlo, yo puedo. ¡Tócala!». Rick aguantó, estoico, la marcha de Ilsa, pero ni él ni Bogart podrían haber vivido en un mundo sin bares, del mismo modo que tampoco podría Woody Allen sin sus cafés, los wésterns sin los saloons o El Poney Pisador sin una buena jarra de cerveza...

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Meg Ryan y Billy Crystal, en «Cuando Harry encontró a Sally»

«Los bares son un reflejo de la realidad de nuestro día a día. Además, dramáticamente, el bar es un territorio neutral que permite juntar a personajes muy diferentes para que interactúen con naturalidad. Son espacios que dan juego. Sacas a cada personaje de su ámbito y lo llevas a un lugar en el que puedes hacer con él lo que quieras; en los bares puede pasar cualquier cosa», cuenta Jesús Lens, autor del libro «Café-Bar Cinema: cafés, bares y clubes de película», sobre la importancia de los locales en el séptimo arte. A veces como un simple escenario pero casi siempre trascendiendo el mero decorado, sirven como acicate de la trama, como cobijo de los mejores diálogos. «Es fácil identificarse con lo que a los personajes les pueda ocurrir en una barra o sentados a una mesa. Es un territorio reconocible, sabemos que todo puede pasar en un bar. Enamorarse, declararse, discutir, pelearse, reír, gritar, llorar…».

Amélie Poulain se enamoró de Nino Quincampoix en el café Des deux Moulins

Meg Ryan incluso fingió un orgasmo sin que ni siquiera estuviera en el guión de «Cuando Harry encontró a Sally». Una experiencia si cabe más evocadora que los famosos sándwich de pastrami que el local de Manhattan donde se rodó la mítica escena elabora desde 1888. Que se lo digan a Billy Crystal.

Mientras haya bares habrá también oportunidades. Bill Murray y Scarlett Johansson, almas atormentadas en un país extranjero en «Lost in traslation», consolaron su soledad en el bar de su hotel, con peluca rosa y micrófono de karaoke. Todo empezó en la barra de un bar...

...aunque pudo haberlo hecho en la pista de baile. Descalzos y ante la mirada de Marilyns y Presleys con mandil y bandeja, Mia Wallace y Vincent Vega escaparon de la espiral de violencia de «Pulp Fiction» al ritmo de «You never can tell». De tanto bailar como Barbara Steele y Mario Pisu, o como el Batman de Adam West, Uma Thurman y John Travolta acuñaron un movimiento propio… y el amor eclipsó por un segundo a la sangre.

Un negroni con las estrellas: la sed del cine por los bares, por Lucia M. Cabanelas - ABC.es
Uma Thurman y John Travolta, en «Pulp Fiction»

«Las mejores escenas en un bar son en las que las circunstancias obligan a los personajes a mostrar su carácter. Aquellas en las que el bar no es solo un decorado, sino que pasa a formar parte de la trama. Ver cómo los personajes se relacionan con los camareros, por ejemplo, dice mucho de ellos. Comprobar si aguantan bien la bebida o es todo fachada, también. El arranque de “No habrá paz para los malvados”, de Enrique Urbizu, con José Coronado convertido en un vaquero contemporáneo. O el saloon de “Río Bravo” y el arranque sin palabras de la película. O el pub de “El hombre tranquilo” y, por supuesto, la secuencia de La Marsellesa en “Casablanca”», enumera Lens.

Los bares son tan importantes como la Mafia en la filmografía de Scorsese, punto de reunión de sus gánsteres, que cambian armas por cannoli. Harvey Keitel y Robert de Niro, en el Bar de Tony DeVienazo de «Malas calles»; la kafkiana aventura del protagonista de «Jo, qué noche», Griffin Dunne, peregrino en la oscuridad del Soho después de su trágico viaje a Londres con John Landis. Y, sobre todo, el mejor plano secuencia de la historia del cine, ese en el que Ray Liotta se salta la cola y entra por la puerta de atrás del Copacabana de «Uno de los nuestros», repartiendo a diestro y siniestro 20 dólares.Termina el recorrido, se apaga el volumen de «Then he kissed me», de The Crystals, y se escucha: «¿Pero Henry, a qué te dedicas?».

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Clint Eastwood, en «Sin perdón»

Los bares que aparecen en el cine pueden ser también tugurios de mala muerte, antros en los que acometer venganzas, como la de William Munny, revólver en mano, en «Sin perdón», donde mata casi tanto como bebe. Nido de chusma espacial en la Cantina de Mos Eisley, o siniestros locales castizos como el que encierra a Blanca Suárez, Mario Casas o Carmen Machi. Con la estética de El Palentino pero sin su olor a fritanga, del que privaron a Álex de la Iglesia. Empeñado en rodar en el mítico bar de la capital, el cineasta se tuvo que conformar con tomar fotos y a buen seguro alguna que otra caña, ya que los dueños se negaron a cerrar el bar, siempre en deuda con su clientela.

Los bares que aparecen en el cine pueden ser también tugurios de mala muerte, antros en los que acometer venganzas, como la de William Munny, revólver en mano, en «Sin perdón»

Fuera de la ficción, los bares han sido gaveta de agonías, refugio de insomnes. Pocas cosas combinan mejor que un brindis tras un ¡corten! Samuel Bronston trajo a finales de los cincuenta a estrellas a la España de Franco, creando un trajín de egos de Hollywood que filmaban barato y dormían las resacas con las recién aprendidas siestas nacionales. Testigos de excepción de los pecados de Ava Gardner, que se fundía en la madrugada junto a cantantes, toreros y escritores. Un negroni donde Luis Miguel Dominguín era el campani, Hemingway la ginebra, y el vermut dulce corría a cargo de Lola Flores.

Noches flamencas del Villa Rosa y juergas inmortales en el Chicote. Mientras haya bares, habrá memoria. como recuerda Lens, «con permiso del Covid, seguimos yendo a las cafeterías, bares, restaurantes y clubes. Forman parte de nuestra vida y el cine así lo seguirá mostrando. El cine, como la vida, hay que celebrarlo con café muy cargado, una buena pinta de cerveza o un chupito de tequila».