ABCBares, la gran extinción#CancionesDeBar

Juan Tallón, José Ángel Mañas, Karmelo Iribarren y Miqui Otero... Garitos predilectos

Juan Tallon, Jose Angel Manas, Karmelo Iribarren y Miqui Otero... Garitos predilectos - ABC.es
por ABC
  • José Ángel Mañas, autor de «Historias del Kronen»

    José Ángel MañasAutor de «Historias del Kronen»

    El bar ha sido siempre el ágora callejera donde se han encontrado los españoles para escucharse los unos a los otros. Antes de que hubiera parlamento el bar ya confrontaba las diferentes posturas vitales e ideológicas e imponía una forma de darwinismo cañí: triunfaban las ideas que mejor se adaptaban a la manera de ser del país. La tertulia ha sido históricamente una forma castiza de liberalismo. Las ideas crecían o morían a voces en los contadores y el alcohol hacía de lubricante para que las diferentes piezas del mecanismo social se rozasen sin engancharse. Por utilizar una imagen taurina, el bar era el coso y las ideas los toros.

    A partir de mediados del siglo XX, gracias a los aparatos reproductores y a los altavoces apareció un nuevo tipo de bar -el bar de música- donde importaba más las sensaciones y la estética que las palabras. Al alcohol se añadieron nuevas drogas para generar un cóctel todavía más adictivo. En esos bares se mironeaba y se ligaba. La educación sentimental y estética de la gente de mi edad se hizo en ellos.  Para mí los garitos míticos malasañeros –el Agapo, la Vía Láctea, el Tupperware- siguen siendo los bares de música por excelencia. La madalena de Proust para mí es un güisqui con cocacola. El Kronen, en realidad, era una cervecería del montón.  

  • Juan Tallón, autor de «Mientras haya bares»

    Juan TallónAutor de «Mientras haya bares»

    La importancia del trabajo, y de hacer cosas útiles, es inseparable de la necesidad de no hacer nada. Ahí encaja el bar. Es la respuesta sencilla, rápida, con la que se llenan los huecos que abre el ocio. ¿No tienes demasiado que hacer, no sabes qué hacer, necesitas alejarte de lo que estás haciendo, y parar? Vas al bar, donde a la vez confluyen amigos empujados por los mismos fantasmas. Como muchas otras invenciones humanas se presta a la exageración. Pero cómo se vive siempre comedido. Sería insoportable. ¿Son útiles los bares? Claro. A veces acudes incluso a trabajar, en busca de esa paz y soledad tan particular que se da solo en mitad de la multitud y el ruido. ¿Puedes vivir sin ellos? También. Pero, qué necesidad.

  • Karmelo Iribarren, autor de «Bares y noches»

    Karmelo IribarrenAutor del poemario «Bares y Noches»

    He tenido cuatro o cinco bares favoritos a lo largo de mi vida. En ellos me he pasado horas tomando cafés, leyendo o mirando la calle por la ventana. Algunos de mis mejores momentos han sucedido en esos refugios urbanos. Ver llover torrencialmente contras las luces líquidas de los comercios reflejadas en las aceras, siempre me ha parecido prodigioso; verme reflejado en los ojos de esas mujeres que me miraban con amor desde el otro lado de la mesa, un regalo que casi nunca merecía.

  • Miqui Otero, autor de «Simón»

    Miqui OteroAutor de «Simón»

    Supongo que, entre muchas otras formas, uno se define por sus bares favoritos. No es lo mismo que tu bar de cabecera sea un Starbucks (con esa manía de poner tu nombre en el vaso, por si te pierdes en la excursión de la caja registradora al sofá) que si es un bar con cierta personalidad. Tal y como yo lo veo, los bares a veces son un Congreso o Parlamento y otras una especie de club social. Son punto de encuentro de personas muy diversas y también son familias disfuncionales pero elegidas. Yo tengo tan claros mis bares como mis lealtades, pero destacaré dos. A Paula, en Mondoñedo, era el bar de mis tíos, que pudieron montarlo después de emigrar unos años a una colonia de trabajo alemana. Yo pasaba mis veranos, en ese pueblo que olía a leña y a pan (ya decía Cunqueiro, que nació allí, que la literatura tiene que oler a pan recién horneado), pasando la bandeja y esperando propinas en ese bar familiar, que llevaba por nombre la campana de la catedral del lugar. Casi que aprendí a restar devolviendo el cambio con mis tíos. El otro es el Bar Ramón, en mi barrio de Barcelona, que lleva abierto ocho décadas, pero que yo he conocido en las dos últimas. Allí conviven las mejores tapas, la mejor música, la mejor compañía. Es un bar de barrio, con comida de restaurante bueno y música soul celestial. En una de las paredes hay colgada una guitarra firmada por el mismísimo Bo Diddley. Un cliente trabajaba de asistente en las giras de algunas estrellas de la música y un día decidió regalar esta joya rectangular a su bar favorito. Porque eso pasa. Por lo visto la señora que se encargaba de la limpieza un día pensó que estaba sucia, qué era ese garabato con rotulador negro, así que procedió a intentar borrar la firma de una de las más grandes leyendas de la música. No pasó nada. Los dueños, David y Yolanda, subrayaron la firma para hacerla reaparecer y a mí me parece que, al menos para mí, esa guitarra tiene ahora aún más valor. El Ramón tiene un cartelito colgado donde se lee: «Prohibido hablar de LA COSA». Y «LA COSA», que puede ser la crisis política del momento o también la personal, va cambiando, pero el Ramón no lo hace. Es casa.