UNA RAYA EN EL AGUA
EL SIGLO DE LAS LUCES
Linchado en una polémica ideológica contemporánea, Anes deja un legado científico intachable sobre la Ilustración
EL siglo XVIII español empieza con la llegada de los Borbones y una Guerra de Sucesión que la mitología sectaria del nacionalismo catalán se ha empeñado en rodear a posteriori de falsos rasgos secesionistas. Pocas tareas hay más difíciles que rebatir desde la ciencia o el estudio las falacias de la propaganda política, pero frente a las invenciones retrospectivas se alza la obra de los historiadores de referencia como único dique posible contra la manipulación y el oportunismo. Uno de los más acreditados especialistas, si no el que más, en la investigación de la crisis del Antiguo Régimen y de sus raíces económicas se llamaba Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón, en cuyos prestigiosos manuales de Alianza y de Taurus abrevaron varias generaciones de universitarios; su voz documentada, su mundana sociabilidad y su caballerosa elegancia se apagaron con la última luz de este frío marzo, pero su ingente tarea historiográfica permanecerá como testimonio intelectual perenne más allá del estrépito de una polémica reciente y desgraciada.
La crispación del debate nacional alcanzó a Anes en sus últimos años por culpa de una desagradable controversia de opinión pública. El Diccionario Biográfico que impulsó como legado de su dirección en la Academia de la Historia se convirtió en un arma arrojadiza cuyos efectos letales no supo calcular en su visión complaciente de la libertad de cátedra. La selección poco diplomática, tal vez descuidada y algo estrecha –u oblicua– de los autores de las fichas más delicadas, las de la República, la Guerra Civil y la dictadura, provocó una ruidosa querella que contaminó de sesgo ideológico un ambicioso esfuerzo documentalista en el que el franquismo salió retratado con manifiesto exceso de benevolencia. A un hombre de espíritu tan afinado y sutil le faltó tacto, sensibilidad estratégica; su penitencia no fue el zarandeo político, sino el hundimiento del proyecto al que había dedicado los últimos años de su vida. Anes se equivocó como director editorial, cierto, pero su error no basta para empañar una excelente trayectoria de magisterio doctoral en las ciencias sociales.
Su mandato académico gustará más o menos y dejará margen de crítica para los agravios corporativos y las especulaciones inquisitoriales impregnadas del vicio del presentismo. Sin embargo, quien quiera aproximarse con rigor a nuestro Siglo de las Luces, a los vaivenes de la Ilustración, a los avatares del comercio con América o a las leyes agrarias carolingias tendrá que pasar sin excusa por su caudal bibliográfico, criterio de autoridad reputacional indiscutible en la historia económica del tiempo en el que España trató de incorporarse a la era moderna. Esa es su herencia, la que quedará incólume cuando se apague el eco de la memoria inmediata de un paso en falso. La que sobrevivirá a esa costumbre tan española de linchar hasta a los sabios.
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