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Calzada tienta hoy a su suerte

Declarada de Interés Turístico Regional, Las Caras es una tradición centenaria que solo se puede jugar en cada Viernes Santo. Ni la crisis recorta una costumbre que congrega a más de 20.000 visitantes cada año

R.JULIÁN

Cara o cruz. Algunos se lo jugarán todo, otros solo el tiempo y algunos, dineros menores. La leyenda cuenta que en el tradicional «Juego de las Caras», la única fiesta profana declarada de Interés Turístico Regional, se ha llegado a apostar herencias, casas e incluso mujeres, en otras épocas. Lo cierto es que Calzada de Calatrava es la capital hoy de un juego que se disputa solo una vez al año, que se ha extendido a otras localidades de la comarca como Aldea del Rey o Puertollano.

Una tradición que encuentra su orígen en las monedas que supuestamente pagaron los soldados romanos por la túnica de Jesús y que habría sido subastada, por eso sólo se celebra en este Viernes de Pasión.

Procedentes de todos los rincones de España, miles de personas forman parte de un juego donde existe una persona que ejerce de banquero, los apostantes y el moderador o «baratero». Compitiendo con las apuestas de Calzada, están las que se realizan en Villárejo de Ávila, pero no logran captar la expectación del municipio calatravo, que atrae a una media de 20.000 visitantes cada año que se dejan miles de euros en cada apuesta.

Desde la 10 de la mañana tanto barateros, como apostantes y banqueros se organizan en corros a lo largo de todo el pueblo. Ni la lluvia, que suele ser lo habitual por estas fechas, impide que no se cumpla la tradición. El Ayuntamiento habilita El Casino del pueblo, y a veces hasta se puede ver jugar a Las Caras en algún que otro bar si no hay más espacio.

Dos monedas de cobre

El juego comienza tras las apuestas, con el lanzamiento al aire de dos monedas de cobre del reinado de Alfonso XII que cuando caen al suelo, si muestran ambas la cara, dan por ganadora a la banca que recoge las ganancias; si por el contrario salen cruces, son los apostantes quienes se hacen con el dinero. El poseedor de las monedas hace las veces de banca. La persona que desea apostar coloca el dinero sobre el suelo con una piedra encima, y siempre la banca está en la obligación de cubrir todas las apuestas que se realicen. Así, si se pone un billete de diez, la banca pondrá otro billete encima.

Una vez hechas las apuestas, se tiran las monedas al aire y dependiendo de lo que salga, el apostante recoge sus ganancias o lo hace la banca.

Hay veces que la picaresca se adueña de los que ven que la suerte no va de su lado, y los rituales por comprobar las monedas, marcan el listado de anécdotas durante la jornada.

En los corros se oye hablar de la buena o mala fortuna continuada de unos, de apostantes profesionales contra quienes los vecinos temen apostar. Pero también se ve a chavales que van con sus cinco euros a continuar una tradición que han visto de sus padres, y otros, los mirones o animadores, que aún sin dinero, parecen sufrir igual o más que aquel que lo pierde.

Y si la crisis ha hecho mella en los bolsillos de los ciudadrealeños, hoy se hace una excepción. Porque los que juegan a ser banqueros, siguen siendo los mismos que guardan un remanente durante las últimas semanas solo para venir a Calzada y poder soportar todas las apuestas. Y los apostantes, algunos con menos aportación que otros años, si acaso acortan el tiempo de juego, pero no dejan de participar en un día que marcan en rojo en su agenda personal.

Dinero al bolsillo

Los billetes van y vienen, ante el asombro del visitante que ve como el dinero se mete al bolsillo y se cuenta por fajos con la misma facilidad con que se posa con una piedra, a veces un amuleto, en el suelo, solo protegido por el pié de quien juega. Reglas primarias que no suelen causar problemas en un ambiente en el que todos se conocen, y se ríen a partes iguales tanto de sus deslices por apostar como de la suerte ajena al ganar.

Si les apetece acercarse a este rincón ciudadrealeño, no se fíen, porque la suerte nunca está echada. Se renueva con cada lanzamiento al aire de las dos monedas, y al final es inevitable pensar que casi siempre la suerte favorece a los más valientes.

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