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Nadal gobierna la tierra desde el trono de Borg

El español supera en cuatro mangas el exquisito tenis de Roger Federer, genial todo el torneo, y logra su sexto título en Roland Garros para igualar al sueco

Nadal gobierna la tierra desde el trono de Borg AFP

ENRIQUE YUNTA

La tierra de París, la misma en la que expresó Björn Borg toda su magia, pertenece para siempre a Rafa Nadal, gigantesco campeón que se viste con la cinta del sueco al igualar una marca de otros tiempos. Van seis títulos en Roland Garros, diez grandes en una carrera portentosa, miles de portadas que ensalzan a un tenista diferente que es incluso capaz de cuestionar la eternidad de un tipo como Roger Federer , enemigo íntimo que siempre se lleva la bandeja de los perdedores cuando se encuentra con el español en la Philipe Chatrier. La Copa de los Mosqueteros, tan bonita, tan especial, tan francesa, siempre se entrega con el nombre de Rafa Nadal, rey de la tierra, campeón después de imponerse por 7-5, 7-6 (3), 5-7 y 6-1 en tres horas y 39 minutos mágicos. [Narración y estadísticas]

En su festejo, rebozado por la arcilla, dos semanas de sudores fríos resueltos con un cambio de actitud vital a partir de los cuartos de final. En sus palabras, agradecimientos a todo un equipo que le hizo entender que si no variaba el rostro no mordía el trofeo, casi tan importante la terapia de grupo cuando las cosas no funcionaban como los raquetazos de coraje de la final . En su mirada, la reivindicación de un número uno que lo seguirá siendo porque para ello sólo le valía ganar y esperar que Novak Djokovic, monstruo reducido precisamente por Federer en las semifinales, no llegara al último partido. Desde las alturas, Nadal vive y se siente mucho mejor. [Las mejores imágenes del partido]

Remó y remó como siempre desde la adversidad, superado por un arranque prodigioso del suizo en los primeros compases del partido. A ritmo de golpes de manual, excelente el revés una vez ha entendido que siempre se le busca ese punto de fuga para hacerle daño, Federer fue sublime en el primer set hasta que saltaron los plomos y lo vio todo negro. Tuvo en una dejada la posibilidad de llevarse la primera manga, tan ambicioso como es con su tenis de salón, y por un dedo se le cerró la puerta de la gloria . Nadal, a vueltas con el fisio para arreglar unos problemas en su pie, se subió como pudo al tren y una vez cogió velocidad no se detuvo hasta que enlazó siete juegos seguidos, los culpables de que el marcador le colocaran con 7-5 y 2-0, enmudecida la central en su gran mayoría porque siempre se apoya al otro y los decibelios suben si encima ése es Federer.

La lluvia, tan épica en otros deportes como despreciable en el tenis, trastocó la idea inicial cuando el balear sacaba para cerrar el segundo set, once minutos de paraguas y chaparrón que alentaron al helvético. Tan bien que estuvo en la reanudación, se cruzó en el juego decisivo y Nadal se colocaba a un pasito de su décima hazaña. Pista libre hacia el paraíso de Borg.

El enésimo resurgir de Federer ocurrió en un tercer set de manual, soberbio en los juegos finales, tan elegante y notable su torneo que se merecía una cuarta manga. En la final, el resultado le niega un partidazo que quedó sentenciado cuando desaprovechó tres pelotas de rotura en el inicio del último parcial, fundido una vez más en el aspecto mental. Su tenis, exquisito, irrepetible , tan extenso en su variedad, se ofusca con el coraje de Nadal, que, más allá del amor propio, también juega y mucho. Se corona por sexta vez en París después de haber sufrido como nunca. Así es Nadal, fantástico como Borg.

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