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El eterno retorno de Sherlock

La televisión siempre acaba regresando a Baker Street. Pero el nuevo Sherlock de la BBC convierte al personaje en un detective del siglo XXI, pegado al móvil y con espíritu de «hacker»

El eterno retorno de Sherlock

jorge carrión

The Good Wife se ha convertido en la radiografía del estricto presente: en los últimos capítulos de la segunda temporada se habla del Tea Party , se critica la ética de La red social , se abordan los problemas de los buscadores norteamericanos con la censura china y se menciona «lo que ha ocurrido en Egipto» tan solo pocas semanas después de las revueltas. También se presenta a un lector de micro-expresiones, calcado al protagonista de Miénteme , que cobra sesenta mil dólares a la semana y que asesora a los abogados según las reacciones que interpreta en los rostros del jurado popular. Al final del episodio, se revela que se ha equivocado en todas sus observaciones. Que es un fraude . Más allá de la probable crítica a la idea que sostiene el guión de la serie rival (una es de CBS, la otra de Fox ), intuyo un cuestionamiento de la figura del lector profesional, del ojo privado, del artista de una deducción que no implique acción. El detective privado ha sido desterrado como protagonista de las series del siglo XXI ; su espíritu se ha reencarnado en médicos, policías y abogados. Por eso el regreso de Sherlock Holmes, dos años atrás, en la franquicia cinematográfica protagonizada por Robert Downey Jr . y, al año siguiente, en la teleserie británica Sherlock , es una gran noticia. En el primer caso, como cuerpo boxeador que alberga un cerebro privilegiado; en el segundo, como mente adicta a internet, a los desafíos criminales y a los parches de nicotina.

Un Holmes complejo

Entre todos los grandes mitos seriales, el detective de Baker Street ostenta un poder de fascinación particular e incombustible . No solo por su asombrosa capacidad deductiva, cuyo reverso es su incapacidad para las relaciones sociales; no solo por su soledad última, envuelta por el paisaje londinense como lo están Lisbeth Salander por el de Estocolmo o Dexter por el de Miami (la metrópolis es la única leal compañera del monstruo). Al contrario que Superman, Tintín, Tarzán o Luke Skywalker, su alma es oscura. Sin llegar al agujero negro de Batman, dibujado con trazos más finos y sutiles que los de James Bond , el perfil tridimensional de Holmes adquiere en Sherlock una complejidad sin precedentes . A la toxicomanía, la insolencia y la brillantez clásicas se le añaden la dependencia tecnológica ( sus indagaciones dependen de Google y del teléfono móvil ), una acentuada naturaleza queer y la necesidad malsana de las dosis de adrenalina. El tedio del XIX ha sido sustituido por la depresión , que solo puede neutralizarse con inyecciones de peligro. Holmes es un esclavo de los enigmas que le plantea Moriarty. En su partida de ajedrez, los peones corren el riesgo de ser sacrificados. En el siglo XXI, el tablero está dominado por el Terrorismo y la Pantalla . No en vano, la primera escena de la serie representa las pesadillas de Watson (que es un veterano de Afganistán con dolencias psicosomáticas) y enseguida vemos cómo los mensajes de texto que han recibido los periodistas de una rueda de prensa de Scotland Yard desmienten las afirmaciones del comisario. Sherlock Holmes es el contrapeso del ineficiente poder y tiene alma de hacker.

A la toxicomanía, la insolencia y la brillantez clásicas se le añaden la dependencia tecnológica y una naturaleza «queer»

La interpretación de Benedict Cumberbatch roza la perfección. Menos amable que Basil Rathbone, más inquietante que Peter Cushing, menos connotado que Robert Stephens, más andrógino que Downey Jr ., Cumberbatch compite con el rostro rapaz, afiladísimo, de Jeremy Brett en la disputa por la mejor encarnación de la historia de las encarnaciones de Sherlock Holmes. La primera vez que aparece su rostro en la serie es mediante un plano ejecutado desde el interior de la bolsa de un cadáver: se abre la cremallera y la mirada del detective más famoso de la historia se muestra ante nuestros ojos, invertida, dándole la vuelta a una tradición que nos interesa porque forma parte de nuestra intimidad ficcional. Los guiones que interpreta, escritos por tres autores distintos en cada uno de los tres capítulos largometrajes que hasta el momento componen la serie, también se encuentran entre las historias memorables de un sinfín de historias con ciento veinticinco años de antigüedad reactualizada. En la autoría compartida que es tan propia de nuestra época, Mark Gaiss, Steven Moffat y Stephen Thompson trabajan con la conciencia de estar realizando versiones de un original, pese a la distancia, identificable y legible: el primer capítulo se titula «Estudio en rosa».

El mito del detective

La misma frialdad londinense y la misma fascinación por el ajedrez cerebral entre dos inteligencias superiores encontramos en otra serie británica, Luther , estrictamente contemporánea. El cuerpo vasto y negro del actor Idris Elba es parcialmente invadido por el espíritu de Holmes; y en la palidez pelirroja de su enemiga, Alice Morgan, nos reencontramos con el titiritero Moriarty. Se puede ver buena parte de la ficción de los últimos ciento veinticinco años a la luz del espacio simbólico creado por Sir Arthur Conan Doyle . Desde la obra al completo de Agatha Christie hasta From Hell, de Alan Moore, o Cuando fuimos huérfanos , de Kazuo Ishiguro, pasando por Colombo o por House . Porque para que u n personaje tenga el potencial de convertirse en mito , es necesario que las relaciones y el paisaje que lo envuelven creen un poliedro de energía perdurable. Todas las líneas que lo conforman están en Sherlock: penúltimo ejemplo de una fuerza antigua y serial que no depende solo de un protagonista, sino del universo que él, su motor, puso en marcha.

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