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Mochilas de supervivencia

En su «kit de huida», los tokiotas guardan entre otras cosas latas de comida, parches de calor o linternas

Mochilas de supervivencia P. M. DÍEZ

P. M. DÍEZ

Todo lo que Hitomi Endo y su marido necesitan para sobrevivir, al menos una semana, cabe en las tres mochilas colocadas junto a la puerta de su pequeño apartamento. La pareja reside a las afueras de Tokio, una megalópolis de 30 millones de habitantes amenazada por los terremotos y la fuga radiactiva en la central nuclear de Fukushima. Mientras los técnicos de la planta intentan detener dicho escape, el Gobierno japonés ha dado a la población instrucciones precisas sobre cómo actuar en caso de emergencia y qué llevar consigo.

Comida enlatada de larga caducidad como atún o sardinas, tres litros de agua por persona y día, patatas fritas, cacahuetes de arroz, sobres de sopa en polvo, un termo, toallas, un botiquín, un mapa… En Japón, un país que cuida hasta el más mínimo detalle, todo está perfectamente especificado en una lista publicada por las autoridades en internet.

«Tampoco podemos olvidarnos las cartillas bancarias ni los pequeños sellos de mármol grabados con nuestros nombres, con los que firmamos», indica Hitomi, quien nació hace 28 años en Gifu, cerca de Nagoya, y trabaja en la librería Yotuya de la capital nipona. Precisamente, allí le sorprendió el terremoto de nueve grados que sacudió a Japón en su particular 11-M y desató luego un devastador tsunami que asoló el norte de la costa oriental. «Pasé mucho miedo y esa noche tuve que quedarme a dormir en la oficina porque habían cortado el metro», recuerda metiendo en una bolsa cinta adhesiva. «Es para pegar mensajes de auxilio o búsqueda en las paredes», detalla la joven, que también lleva parches químicos de calor que se adhieren al cuerpo.

Acopio

En caso de terremoto o nube radiactiva, un rollo de papel de aluminio servirá para limpiar los platos de plástico cuando no haya agua, tapar heridas y hasta mantener el cuerpo caliente. «Las monedas son para usarlas en las cabinas si se caen los móviles», aclara Hitomi, quien también se ha hecho con una linterna. «Me la enviaron mis familiares por correo porque estuve tres días buscando por todas las tiendas de Tokio y se habían agotado», revela el desabastecimiento de ciertos productos que sufre la ciudad. «Durante los últimos días, en las estanterías faltaba agua, leche, huevos, pan… Y se ha doblado el precio de las verduras», enumera inquieta.

Quien tampoco está tranquilo es su marido Hiroshi, empleado en una compañía química en la vecina provincia de Chiba. Como a muchos otros trabajadores, su empresa le dio vacaciones tras el terremoto porque la falta de electricidad obligó a cortar líneas de tren y metro. Al igual que millones de tokiotas, se ha encerrado en casa sin salir a la calle por miedo a las radiaciones de Fukushima, situada a 250 kilómetros al noreste.

Licenciada en Cultura y Políticas, Hitomi es demasiado expresiva para cumplir con el estereotipo del carácter nipón, reservado y formalista. Incluso ella se sorprende de que, mientras los edificios temblaban en pleno terremoto, los japoneses los evacuaban ordenadamente, sin chillar y en fila uno detrás de otro.

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