Como ley no escrita, la vida en la idiosincrasia de las ciudades africanas transcurre cerca de los mercados, y éstos ocupan el centro de las ciudades. Allí me dirigí, con la suerte de que siendo viernes, se celebraba el enorme Gran Mercado Semanal. Cubriendo no pocas calles y avenidas, se levantaban tenderetes, que organizados por gremios, venden todo tipo de bienes. Acabar extasiado por el colorido de tantas verduras, las ropas de sus vendedores, olores, sabores, gritos y el ordenado desorden característico será mas obligatorio que opcional.
El gremio que más sorprenderá al no africano es el dedicado al animismo, esa religión ancestral, practicada en este continente, que dota a cualquier ser, vivo o no, de espíritu con el cual se puede interactuar. Varios puestecillos con cabezas de monos, cocodrilos, esqueletos y huesos, serpientes disecadas, pezuñas, órganos, aves, cadáveres varios y una innumerable lista de ingredientes con los que brujos y mediums acaban realizando ceremonias se ubican junto a los que venden manzanas o ropa interior. No hay que olvidar que debido a su situación geográfica, Bamako es un importante centro económico para el Oeste de África. Prueba de ello es la mítica vía de tren que uniera esta ciudad con la de su vecino Senegal, llegando hasta el mismo puerto de Dakar, donde se cargaba mercancía. Todavía en pie, la estación respira ese aire que atestigua el pasado colonial del país.
Al profesar la mayoría de los malienses la fe de Alá, no es de extrañar que se encuentren mezquitas esparcidas desde los entornos más rurales, hasta cada pocas manzanas en la capital. Un Corán escrito con sangre, conchas prehistóricas entre los muros o historias rocambolescas sobre su construcción, son algunos de los secretos, leyendas o curiosidades que los imanes suelen enseñar amigablemente. En el centro se erige además una iglesia católica, con misas diarias en francés y bambara, la lengua local. Merece la pena acudir a alguna, sobretodo por los cantos que acaban uniendo a altar y fieles.
Una visita al Museo Nacional sirve como introducción, algo escueta, al resto del Malí. Destaca, eso sí, una sala con máscaras de distintas etnias. Contrasta con el resto de la ciudad (por lo minucioso de su cuidado) el parque en que se encuentra el museo. Amén de algún bar de bebidas tradicionales a base de frutas, completan el recinto un zoológico y una cueva con restos arqueológicos. Éste es, además, el lugar frecuentado para el descanso por la clase alta de la ciudad. Tengamos en cuenta que por norma general tanta curiosidad como uno pueda tener hacia la gente de un país es la que ésta tiene hacia uno. Pues en África la tesis se multiplica; sin duda alguna es el continente de la camaradería, no hay que extrañarse si alguna familia te invita a compartir conversación y un buen plato de comida local, probablemente pollo yassa. Se comparte bandeja entre todos los comensales y se usa la mano derecha para comer. La izquierda, considerada impura, está prohibida. Es una oportunidad estupenda para profundizar más en el país de manos de sus propios habitantes.
PESCA EN LA HORA BRUJA
Bamako es la sexta ciudad del mundo en cuanto a su proyección de crecimiento demográfico. El aumento de la población implica que lo haga la extensión de la urbe y que las calles suelan estar masificadas de transeúntes. Aún así, en el mismo centro de esta caótica capital puede encontrarse la tranquilidad en uno de los puentes que cruzan el río Níger. Ver cómo sus aguas se tiñen de naranja al caer el sol, con cientos de aves (muchas pasan por aquí durante los periodos migratorios) y siluetas de pescadores aprovechando los últimos rayos de luz para agarrar peces 'a mano' es un espectáculo que logra que cualquiera olvide que se encuentra rodeado de dos millones de personas.
Llegada la noche, no hay que dejar escapar la oportunidad de comprobar que las caderas africanas parecen haber nacido para moverse al ritmo del 'djembe' o tam tam. Hay muchos locales de música tradicional, no en vano, buena parte de las discografías del Oeste Africano se encuentra en esta ciudad. Sin motivo aparente, una vez recogido el visado, se acabará encontrando raro abandonar Bamako.



















