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EL ÁNGULO OSCURO

MACROFIESTAS

Es una locura, en efecto, que un servicio de emergencias se dedique a atender a jovencitos que asisten a macrofiestas

JUAN MANUEL DE PRADA

Es una locura, en efecto, que un servicio de emergencias se dedique a atender a jovencitos que asisten a macrofiestas

SE divulgan las conversaciones telefónicas que los amigos de las víctimas del Madrid Arena mantuvieron con un empleado del Samur, reclamando auxilio. En la primera de ellas, la muchacha que llama inicia la conversación del siguiente modo: «¡Buenas tardes!». No entraremos aquí a valorar las razones por las que una persona que llama a altas horas de la madrugada a un servicio de emergencias profiere tan pintoresca salutación; incluso podemos concluir que tal desubicación cronológica es fruto del nerviosismo o la angustia. Pero la reacción de incredulidad y displicencia del empleado del Samur es la que hubiésemos tenido cualquiera de nosotros, al recibir una salutación tan intempestiva; y el posterior tono descompuesto de la muchacha no haría sino ratificarnos en la incredulidad y la displicencia. Antes de censurar la actitud del empleado del Samur, convendría que enjuiciáramos las circunstancias en que tal llamada se produce: ese hombre llevaría horas atendiendo peticiones de auxilio de jovencitos borrachos y drogados asistentes a la infausta macrofiesta; muchas de esas peticiones, además, no habían podido ser atendidas, porque las ambulancias que enviaba el Samur al Madrid Arena no lograban entrar en el recinto atestado. También sería muy ilustrativo conocer, entre las llamadas que esa noche recibió el Samur, cuántas se habían revelado falsas alarmas, producto de la histeria o la jocosidad de jovencitos borrachos o drogados, etcétera.

Antes de censurar la actitud del empleado del Samur que atendió esas llamadas podríamos preguntarnos, incluso, si el cometido de un servicio de emergencias es atender a jovencitos que asisten a macrofiestas. Aquí alguien podría oponer que, desde el momento en que una instancia administrativa autoriza la celebración de tales macrofiestas, la obligación de un servicio de emergencias es atender a sus asistentes; y no le faltaría razón. Pero es una razón fundada en la sinrazón; la razón de un mundo que ha perdido la cordura, y que pone cadalsos a las consecuencias, después de instalar un trono a las causas. Porque es una locura, en efecto, que un servicio de emergencias se dedique a atender a jovencitos que asisten a macrofiestas en las que el alcohol y las drogas circulan a mansalva; pero más locura aún es que tales macrofiestas se celebren con el respaldo de la autoridad administrativa. Y aquí no se trata de que la autoridad administrativa haya concedido ese respaldo sin cerciorarse de que se cumplían tales o cuales medidas de seguridad, como reclaman quienes ponen trono a las causas y cadalso a las consecuencias; se trata de que es una indignidad y una abyección autorizar la celebración de macrofiestas diseñadas para el envilecimiento y destrucción de la juventud. Esta es la realidad que un mundo que ha extraviado la cordura no quiere afrontar.

Porque en un mundo cuerdo tales macrofiestas estarían prohibidas; y la autoridad pública se dedicaría a perseguir a quienes las organizasen clandestinamente. Y los jovencitos que a ellas asistiesen se cuidarían de llamar a un servicio de emergencia, para evitarse males mayores. Y un empleado del Samur que recibiese una llamada a altas horas de la madrugada sabría con certeza que estaría atendiendo a una persona que padece un mal grave y perentorio, y no tendría que emboscarse en la incredulidad y la displicencia, para protegerse de las burlas de jovencitos borrachos o drogados. Pero esto ocurriría en un mundo cuerdo; en un mundo loco, al empleado del Samur le cuelgan de la picota, mientras la locura campa por sus fueros.

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