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El derecho a decidir no decidir

Tomar una decisión sobre con cuál derecho se queda uno va ser todo un desafío intelectual para los próximos meses o años

oti rodríguez marchante

PUESTO que ya hay una foto que lo atestigua, el pacto por el llamado derecho a decidir es ya algo que se puede fotografiar, lo cual empezará a ser visto por los ufólogos como un síntoma de su existencia. Lo malo de ello, de que solidifique un nuevo derecho, como éste, es que casi al instante se empieza a hacer preciso rellenar con otro derecho espejo, o sea, justo lo de enfrente, y ver si también es posible fotografiarlo y que dé también una apariencia de existir realmente; por ejemplo, otro pacto por el derecho a no decidir.

Es pura lógica: si existe un derecho a decidir es muy probable que se cree en parte de la ciudadanía la necesidad de otro derecho a no decidir. Incluso hubo ayer quien todavía lo estiraba de un modo aún más sutil, como Joan Font, del grupo de teatro Comediants, que exigía su derecho a decidir no…, y habrá que pensar que no faltará quien pretenda hacer valer su derecho a decidir abstenerse, lo que le acercaría peligrosamente a los del pacto por el derecho a no decidir. Tomar una decisión sobre con cuál derecho se queda uno, va ser todo un desafío intelectual para los próximos meses o años, e incluso personas tan centradas, instruidas y viajadas como Duran i Lleida tendrán que dilucidar aspectos tan ásperos como poner el «no» delante o detrás del verbo decidir.

Y todo este galimatías es, se supone, de los del pacto hacia fuera; es decir, entre los habitantes del mundo real, pero es que ahora nos enteramos que dentro del pacto, o sea, entre los pactantes, también hay ciertos retorcimientos en el hallazgo de este derecho a decidir, pues, según aclara el señor Francesc Homs, hay posturas muy diferentes para lo que él llama «soluciones finales para Cataluña». Aún pasando por encima de ese sospechoso modo de calificar el proceso, ¡solución final para Cataluña!, el panorama que se va quedando en el paisaje es tan relajante como una caravana de los viejos westerns asediada por una partida de indios de varias tribus que se han escapado de la reserva. Y cargados de «agua de fuego». Y adivinen quién es el buhonero que les vende el whisky de garrafa.

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