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Funcionario ejemplar

RAMÓN MUÑOZ ÁLVAREZRamón Muñoz Álvarez ingresó como funcionario del Tribunal de Cuentas a poco de restablecerse éste, tras la conmoción de la Guerra Civil, con la Ley de 3 de diciembre de 1953. Uno de

RAMÓN MUÑOZ ÁLVAREZ

Ramón Muñoz Álvarez ingresó como funcionario del Tribunal de Cuentas a poco de restablecerse éste, tras la conmoción de la Guerra Civil, con la Ley de 3 de diciembre de 1953. Uno de los ámbitos en el que sus aportaciones esenciales resultaron especialmente importantes, fue el de la proyección exterior del Tribunal, tanto en el ámbito europeo, como en el iberoamericano. En reuniones de OLACEFS -la organización iberoamericana que agrupa a estas instituciones en la América Hispana- pude apreciar de qué modo las opiniones, la amistad, el buen hacer de Ramón Muñoz, era apreciadísimo. Lo prueban las distinciones honoríficas que recibió por parte de varios países de ese grupo. Quizá uno de sus momentos culminantes fue, en abril de 1977, cuando en una reunión de INTOSAI (la Organización Internacional de los Tribunales de Cuentas) se convirtió en el artífice de lo que se pasó a llamar después la «Declaración de Lima. Líneas Básicas de la Fiscalización», con este punto esencial, básico para un buen funcionamiento de la democracia, de acuerdo con una famosa declaración de Montesquieu sobre la división de poderes: «Es indispensable que cada Estado cuente con una Entidad Fiscalizadora Superior, cuya independencia esté garantizada por ley... La Entidad Fiscalizadora Superior y el grado de su independencia deberá regularse en la Constitución...». Esto le condujo a una gran amistad con altísimos funcionarios de los Tribunales de Cuentas de otros países. Por ejemplo, la que mantuvo con Huber Weber, el austriaco que ahora es miembro del Tribunal de Cuentas Europeo.

En esa línea trabajó intensamente para que la Comisión Constitucional abandonase el ámbito raquítico del artículo 127 del proyecto de Constitución y surgiese así el 136 y el ahora importantísimo 153 de la vigente Constitución que determina que «el control de la actividad de los órganos de las Comunidades Autónomas se ejercerá... d) Por el Tribunal de Cuentas, el económico y presupuestario». Por eso fue lógico que Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón -quien fue el sagaz enlace de las opiniones de Ramón Muñoz hacia la Comisión Constitucional- haya dicho en sus «Memorias»: «Y si el Tribunal de Cuentas alcanzó relieve constitucional, se debió a la tenaz y documentada insistencia del entonces letrado y hoy Ministro de la institución don Ramón Muñoz Álvarez». Precisamente por esa labor oscura, que fue esencial, le fue discernida la Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort.

Fue un funcionario competente y, también, duro y exigente, esto es, como se debe ser. Para él rezaron aquellas expresiones de Weill refiriéndose a la ejemplar burocracia prusiana: «La burocracia, dura, altanera y puntillosa, pero diligente, honrada y eficaz, mejoraba el reino entero».

Y como estudioso, aportó trabajos valiosos de tipo doctrinal precisamente en relación con el Tribunal de Cuentas. Ahí quedan sus valiosas colaboraciones en la «Revista Española de Control Externo». Por ejemplo, su artículo «Fiscalización, control, auditoría. Reflexiones», publicado en el número de mayo 2003 (págs. 13-62). Lo que dice sobre esas palabras es tan importante que supongo acabará siendo tenido en cuenta por los elaboradores hispanos de diccionarios de economía, e incluso por los elaboradores de diccionarios sin más. Culminó sus tareas pasando a finales del año 2000 a ser presidente de la Cámara de Cuentas de Madrid cuando ésta iniciaba sus tareas, en la que permaneció, después, como consejero, hasta su jubilación.

Pero, a pesar de eso, al traspasar las puertas del ámbito del Tribunal, al pisar la acera de la calle Fuencarral, se convertía en otra persona: un inteligente y cordial interlocutor; un apasionado coleccionista de sellos de correos, de ediciones de «Alicia en el país de las maravillas» y, muy por encima de todo, de Nacimientos, donde llegó a extremos entrañables. Una Navidad iluminada por Ramón Muñoz era una Navidad impagable. Y por encima de todo esto, su amor por Extremadura. Ahí queda para siempre su adhesión al Foro Extremeño que le permitía, en Madrid, sentirse en su Extremadura, en su Plasencia, con sus poetas, con sus novelistas, con sus fuertes personalidades. Y, desde luego, en todos los momentos, dejó bien claro su patriotismo. Porque Ramón Muñoz era un gran español.

Me dijo un día cuál era su lema, propio de un senequista, como era él. Procedía de las «Cartas a Lucilio», de Séneca. Rezaba así: «Que sepas que busco todavía la verdad; no la sé, y con contumacia la busco». Serena y súbitamente, desde el 5 de octubre de 2009, Ramón Muñoz, ese funcionario, intelectual y extremeño admirable, se ha topado ya con la Verdad.

Juan VELARDE FUERTES

CHEMA BARROSO

Ramón Muñoz Álvarez

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