«DOÑA VIRTUDES»
EL viernes pasado, 6 de febrero, nuestro periódico recordaba el 75 aniversario de la muerte de Doña María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda mujer del Rey Alfonso XII y madre de Alfonso XIII. Pudimos leer los testimonios de los historiadores Gonzalo Anes, Carlos Seco y Luis Suárez. Suárez la comparaba, con gran acierto, a Doña Sofía. Para Anes fue una mujer prudente y escrupulosamente respetuosa con el orden constitucional y Seco resaltaba su visión democrática, que incluso le llevó a ceder poderes a favor de las Cortes. Su mandato constitucional como Reina Regente fue tan excepcional que sus enemigos políticos sólo pudieron sacarle el calificativo de «Doña Virtudes», con el que se quedó. A esta gran mujer le pasó de todo en sus 71 años de vida: a los 21 la casaron con un viudo -nuestro Rey Alfonso XII- a quien conoció por retrato; a los 27 tuvo que asumir la Regencia, embarazada del futuro heredero, al fallecer el Monarca; y durante su regencia se encrespó el problema marroquí, tuvimos guerra con los Estados Unidos, con el resultado de la pérdida de Cuba y Filipinas, y España comenzó a tambalearse con el nacimiento del catalanismo político. También en esa época se desarrollaron las organizaciones obreras y el terrorismo anarquista sembró el pánico entre la burguesía. Pero aún con tal cúmulo de problemas hizo de España una Nación respetable gracias a su escrupuloso respeto al Pacto del Pardo -el turno de partidos- y la estabilidad política que propició ese pacto.
Claudio Sánchez-Albornoz, en su «De mi anecdotario político», explica con gracia y claridad en qué consistió ese pacto del Pardo, base de la estabilidad política: «Agoniza en el Palacio del Pardo Alfonso XII. Junto a su cama llora la Reina Cristina. A los pies del lecho se halla el doctor Camisón. El enfermo no ha perdido el conocimiento. Probablemente piensa en el mañana de su dinastía. Quizás, en un vuelo de la mente, ha repasado las dificultades que crearon a los Borbones españoles las liviandades de su madre, de su abuela, la Reina Gobernadora, y de su bisabuela, María Luisa, esposa de Carlos IV. Y, tomando la mano de su esposa, no sin esfuerzo, la dice: Cristinita, no llores, todo puede arreglarse en bien de nuestros hijos y de España. Guarda el..., y de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas». Don Claudio pone la palabra adecuada en lugar de los puntos suspensivos, pero esa es una licencia que prefiero dejarla para el historiador o para el propio Rey agonizante. La realidad es que la discreción de la Reina Regente, el no apartarse ni un milímetro de su papel constitucional y el ser el más firme apoyo del Rey, tanto del Rey-esposo como del Rey-hijo, hizo que la Monarquía diseñada en la Constitución de 1876 fuese una Institución respetable y duradera. Tiene razón el profesor Suárez cuando compara a Doña Sofía con Doña María Cristina, aunque ambas mujeres hayan vivido, afortunadamente, circunstancias vitales muy distintas: las dos están llenas de dignidad, discreción y respeto escrupuloso a su papel constitucional.
Esas virtudes de «Doña Virtudes», y de Doña Sofía en nuestro tiempo, han sido esenciales para la estabilidad de la Nación, sobre todo porque en España las Reinas consortes o los Reyes consortes tienen un importante papel constitucional y de representación.
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