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EDITORIAL

El PP debe luchar contra la corrupción con firmeza y hasta el final

Su respuesta política y ética ante los escándalos que indignan a la sociedad española no debe ser titubeante, pues desdibuja toda la labor de Gobierno

La sociedad española está justamente escandalizada y saturada por los graves casos de corrupción que salpican al partido del Gobierno, al primero de la oposición, a los sindicatos y a la formación hegemónica en Cataluña. Además, el fraude alcanza todos los ámbitos de nuestra vida pública: el marido de Doña Cristina, entidades financieras, empresas, clubes de fútbol y hasta personajes menores pero indicativos, como folclóricas o directivos de derechos de autor. Tal cúmulo de podredumbre indica que España necesita un fuerte rearme moral, una regeneración ética que ABC viene demandando en una campaña editorial que iniciamos hace ya cuatro años y que por desgracia ha resultado premonitoria. Estamos asistiendo a las consecuencias de una crisis de valores, no hay duda. Pero hace muy mal el PP cuando se camufla bajo el problema general para afrontar con morosidad y cierta desgana los casos que le afectan. Las frases rituales y las respuestas en diferido ya no sirven, aunque la petición de perdón, ayer, por parte del presidente del Gobierno, en una de las sedes de la soberanía nacional, es muy oportuna como gesto nuevo y manifestación de lo que debería ser otro compromiso, porque son necesarios una reacción política y otro pulso ético por parte de un partido que llegó al Gobierno enarbolando la bandera de la limpieza y que hoy está cosido por los escándalos.

Cuando Mariano Rajoy comenzó a gobernar, España estaba al borde del colapso económico, debido a la crisis global, agravada aquí por la impericia culposa del gabinete de Zapatero. Salvar aquella situación agónica era la primera tarea de Rajoy, y ha cumplido. España está creciendo más que sus socios, ha dejado atrás la recesión y la amenaza del rescate y ha saneado su sector financiero. Un éxito incontestable, que se saluda en las cancillerías extranjeras, como acaba de hacer el ministro de Hacienda alemán al expresar su «orgullo» por cómo ha revertido España su situación. Pero lo urgente llevó al Gobierno a descuidar lo importante. No se ha hecho política de altura e intensidad suficiente ante los otros dos frentes que acuciaban a España, el territorial y la corrupción. Ante el pulso independentista, la firmeza ha llegado, aunque tarde, como denunciamos en su día. Y ante la corrupción en su propio seno, el PP ha ido arrastrando los pies. Se ha demorado la expulsión de los implicados en escándalos, o se ha envuelto en celofán, y ha faltado un discurso enérgico.

La parsimonia ante la corrupción exaspera a los votantes del PP y muchos de sus cuadros y puede costarle incluso las elecciones, con las amargas consecuencias que tendría el ascenso al poder de una coalición extremista de izquierdas con un proyecto delirante. Es cierto que el PSOE también aparece salpicado en la redada contra Granados y que arrastra el mayor escándalo de nuestra democracia, los ERE. Es notorio que el nacionalismo catalán creó un sistema a gran escala de saqueo de las arcas públicas. Pero el PP debe limpiar su casa a fondo y caiga quien caiga, sin titubear en nombre de pasados servicios; una injusticia no justifica otra injusticia. No se puede seguir con condenas rituales tras la redada de anteayer; Gürtel; el caso Bárcenas, que obligó ayer a declarar como imputado a Ángel Acebes; las peripecias de Rato en Caja Madrid, o los delitos que llevaron a la cárcel a Matas y que puden condurcir a Carlos Fabra a ella.

Rajoy y su equipo deben dar un paso al frente contra la corrupción. No estamos ante un problema epidérmico en el PP. Es hora de hacer algunos relevos y dejar paso a nuevos actores, empezando por la situación en Madrid, donde no se puede esperar ya más a presentar como candidato a una figura de prestigio, que pueda acometer la necesaria cirugía y recuperar la ilusión de los votantes. El PP necesita además un código ético claro y rotundo. La máxima de que quien la hace la paga debería grabarse a fuego como nueva seña de identidad. El presidente del Gobierno y del PP ha de actuar mucho más rápido, asumir más claramente el discurso contra la corrupción y convertirlo en una de sus tareas prioritarias. Si no llega la reacción seria y sentida que exigimos, al PP solo le quedarán dos horizontes: o relevar a su cúpula actual o resignarse a que la sociedad condene en las urnas su carencia de reflejos y principios.

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