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El Vaticano pide crear una ONU para controlar el sistema financiero

Invita a abrir un debate para intervenir en la crisis y frenar la sangría generada por los mercados

JUAN VICENTE BOO

Ante la catástrofe causada por la excesiva desregulación de los mercados financieros y la imposibilidad de resolverla a nivel nacional, el Vaticano renovó ayer la propuesta de «Autoridad política mundial» formulada por Benedicto XVI en su encíclica «Caritas in Veritate» del 2009, pero añadiendo un ambicioso proyecto constituyente para llegar a crear un gobierno mundial tomando como punto de referencia el sistema de Naciones Unidas.

El Papa denunció entonces «los efectos perniciosos sobre la economía real de una actividad financiera mal utilizada y en buena parte especulativa», y advirtió que «la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas». Por desgracia, en los dos años transcurridos desde entonces, ningún gobierno se ha atrevido a cambiar las reglas del juego para intervenir en la raíz de los problemas, sino que se limitan a poner parches tardíos sobre consecuencias que perjudican ya a más de mil millones de personas.

El Vaticano advierte que los «comportamientos de egoísmo, avaricia colectiva y acaparamiento de bienes a gran escala» generarán «un clima de creciente hostilidad e incluso de violencia, hasta minar las bases de las instituciones democráticas, incluso las más sólidas».

Una solución global

El documento de 16 páginas presentado por el cardenal ghanés Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz», ofrece un diagnóstico muy claro sobre las causas de la crisis financiera —la temeridad en el crédito y la creación descontrolada de instrumentos financieros especulativos— así como sobre las cuatro ideologías que favorecen esas conductas perniciosas: el liberalismo desregulador, el utilitarismo, el individualismo y el tecnocratismo.

La conclusión es evidente: el problema sólo puede ser resuelto a nivel global, por lo que es imprescindible comenzar a construir la «Autoridad política mundial» solicitada por Benedicto XVI en el 2009. El Pontificio consejo «Justicia y Paz» dirige sus propuestas de modo inmediato a la reunión del G-20 de jefes de Estado y de Gobierno en Cannes el 3 y 4 de noviembre, pero va mucho más allá: quiere abrir un debate en todos los países, en las instituciones internacionales y en las universidades; dar la palabra a la sociedad y a los economistas después de un exceso de protagonismo de inversores especulativos y grandes bancos.

Este debate reformista resulta vital cuando los líderes políticos de los principales países occidentales están debilitados, precisamente por no haber sido capaces de gestionar con valentía una crisis que sigue agravándose a ojos vistas en su dimensión y sus consecuencias sobre las personas. Según el economista Leonardo Becchetti, que participó en la presentación del documento: «ante la debilidad de la banca, salieron al rescate los gobiernos que, al hacerlo, se han debilitado. Es como una transfusión sanguínea en la que el donante termina peor que el enfermo inicial». Becchetti denuncia que «el sistema financiero logró privatizar los beneficios y nacionalizar las pérdidas, que pasan una y otra vez a las espaldas de los contribuyentes».

El documento afirma que «no hay que tener miedo a proponer cosas nuevas, incluso aunque puedan desestabilizar equilibrios de fuerzas que dominan a los más débiles». En tono de broma, el cardenal Turkson comentó que «la Iglesia descubrió la justicia social y los fallos del capitalismo liberal mucho antes que los “indignados”. Además, discrepamos en cuanto a los métodos».

Estados ineficaces

Aunque el Vaticano no quiere presentar un proyecto demasiado elaborado, sino abrir un debate, su documento propone mantener mercados financieros libres pero disciplinados por un cuadro jurídico que incluye cuatro elementos: crear una «Banca Central Mundial», establecer un Impuesto sobre las transacciones financieras (Tobin tax), crear un Fondo mundial de recapitalización bancaria, y diferenciar las reglas de banca comercial y de banca de inversiones.

El documento propone superar el cuadro internacional «westfaliano» (surgido de la Paz de Westfalia en 1648) que dio lugar a los estados nacionales. El estado nacional sigue siendo un instrumento muy útil, pero es ineficaz frente a problemas globales, como se vio ante la contaminación atmosférica hasta que surgieron los acuerdos de Kioto. La existencia de una sociedad civil global permite abordar ya la creación de un gobierno mundial, que no sea enemigo de la democracia sino garante de los derechos de todos en áreas que desbordan la capacidad de control de los estados nacionales. El cardenal Turkson reconoció que la actividad de grupos de estados como el G-8 o de G-20 puede resultar beneficiosa a corto plazo, pero deja siempre atrás a los países más débiles y resulta en todo caso limitada. Por eso propone abiertamente un gobierno mundial.

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