Mi amigo Juan Pedro
Análisis
FRANÇOIS
ZUMBIEHL
Ya lo sé, Juan Pedro ha tenido que aprender a pasear su espíritu con tranquilidad, como buen jinete andaluz, entre las innumerables alabanzas y los no menos numerosos ataques. No cabe duda de que ha impuesto en la cabaña brava española y mundial el reino de su encaste, de su concepto de la bravura, de su método de selección ; que su inteligencia le ha llevado a aprovecharse de los últimos avances de la informática para tener esa mirada panorámica inmejorable sobre todos los elementos de su ganadería, elaborando su porvenir a fuerza de conocer en sus últimos detalles su pasado y su presente.
Pero quiero afirmar que, sobre todo, era un hombre absolutamente auténtico, que no paraba de pensar y de emocionarse por todo lo relacionado con la Fiesta, reconociendo además el valor de esta emoción en sus protagonistas. En sus palabras, pausadamente, con esa voz ronca a fuerza de buscar en el pozo de sus recuerdos y vivencias la gran verdad de los toros, Juan Pedro, sin olvidar nunca que la tragedia es el trasfondo de la corrida —«sin el elemento trágico del final y el elemento emocional del riesgo los toros no existirían...»— ponía el arte en la cumbre y no escatimaba su admiración para los toreros, tal vez porque él mismo, en las tardes íntimas de su plaza de tientas, había disfrutado tantas veces a solas con ese ejercicio espiritual tan poéticamente evocado por Juan Belmonte.
FRANÇOIS ZUMBIEHL ES VICEPRESIDENTE DE UNIÓN LATINA
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