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Exiliados por ETA: El éxodo de nunca acabar

Se calcula que 250.000 vascos de han visto forzados por ETA a dejar su tierra. Muchos ansían volver, otros no, pero ninguno se fía de la tregua

Exiliados por ETA: El éxodo de nunca acabar israel sanchez

ITZIAR REYERO

Quien se ha ido ya no espera casi nada. Es demasiado el daño. Lo peor es pensar que nunca volverás, que dejas tu casa, tu familia y tus amigos para siempre». La voz que habla lo hace desde dolor de quien fue arrancado de su tierra a la fuerza y teme no regresar jamás. Testimonio de una persona cuyas raíces de libertad no brotan con la misma intensidad a kilómetros de distancia del País Vasco. Prefiere no dar su nombre porque está elaborando un informe sobre los que un día se vieron obligados a coger la maleta y macharse de sus hogares por la amenaza de ETA. Como ella. Según diversas estimaciones, hay más de 60.000 vascos en el exilio forzoso del terror , concentrados especialmente en la costa levantina, Andalucía y Madrid. «A la mayoría de nosotros solo nos queda el anhelo de desandar el camino de vuelta», esboza otra voz al otro lado del teléfono. Pero todos tienen claro que solo lo harán una vez la pesadilla terrorista se acabe. Y aunque el alto el fuego de ETA y el anuncio lanzado recientemente por el Gobierno vasco de que facilitará con un plan de ayudas el retorno de los exiliados, ha reabierto la ventana de la esperanza en algunos, la mayoría sigue sin verlo claro.

La diáspora vasca

«Hemos abierto demasiadas ventanas falsas», asegura Joseba Markaida , presidente de la Asociación pro amenazados , perseguidos y exiliados (Zaitu). Según las cifras que manejan, cerca de 10.000 ciudadanos vascos estarían dispuestos a regresar a Euskadi a corto plazo. Pero apenas una docena de ellos se lo ha hecho saber a la Oficina de Atención a las Víctimas del Gobierno Vasco, que ahora estudia cómo ayudarles. Los afectados agradecen cualquier muestra de solidaridad, pero lo califican de «brindis al sol». «La gran mayoría nunca volverán. Ni quieren ni seguramente puedan por sus circunstancias personales o económicas. No es tan fácil montar y desmontar vidas, aunque toda ayuda es bienvenida», apunta Markaida.

ABC ha contactado con algunos miembros de la diáspora vasca del siglo XXI para conocer de primera mano su desgarradora experiencia. Como la de Carlos Ruiz Cortadi , quien a bandonó su cargo de teniente de alcalde de Sestao (Vizcaya) hace 31 años, justo cuando el etarra José María Sagarduy «Gatza», ingresaba en prisión. Este miércoles el pistolero salió en libertad. Pero Carlos, como tantos otros, sigue sin abandonar la celda de su exilio. Su condena empezó a escribirse el 28 de diciembre de 1979, y no era ninguna inocentada. «El día que salí tuve que malvender mi casa para comprar una en Madrid, donde vivo desde entonces con su familia», rememora. ETA acribilló a tiros a su hermano, que logró sobrevivir, y le incluyó también a él entre sus objetivos. «Ahora vuelvo de visita un par de veces al año para estar con mis hermanos y mis sobrinos o para ir a ver a mi equipo, el Sestao», dice orgulloso. Pese a amar «profundamente» su tierra, no quiere ni oír hablar de regresar. «Nadie nos garantiza que ETA desaparece hasta que no entreguen las armas. Y aunque las pistolas ya no estén, el fanatismo no se irá», afirma con ese escepticismo que marca el carácter de quien ha sufrido.

Merche de la fuente

A Niko Gutiérrez, ex concejal socialista en Miravalles (Vizcaya), la vida le ha cambiado «a mejor», y no solo por el nacimiento de su hija. Ha pasado de la asfixia de la primera línea de la política municipal y la sombra de sus escoltas a respirar libertad al frente de un hotelito rural en la provincia de Palencia. A cambio renunció a su pasión por mejorar las condiciones de vida de sus convecinos. Se marchó hace tres años mirando en el mapa un lugar «que quedara cerca» de los suyos. «Siempre que dejas tu tierra por un motivo así, tienes en el corazón el deseo de volver. Pero es durísimo, construyes tu vida en otro sitio, van pasando los años... El desarraigo es terrible», sentencia Niko, quien saluda el plan del Ejecutivo vasco de ayudar a los exiliados. «Es valiente y necesario», conviene, si bien no obvia la «complejidad» de objetivar a las víctimas que tuvieron que marcharse por el acoso de los violentos. «Además, no se trata de conceder un crédito blando, es mucho más complicado. Lo normal es que si llevas muchos años fuera, tu vida se deslocaliza por completo», indica.

En el caso de Txema Mora, sargento de la Guardia Civil que sufrió un atentado en 1991 en la casa cuartel de Irún, el desarraigo lo sufre su hijo. «Tenía 9 años cuando nos fuimos de allí. No le digas ahora a mi hijo nada de volver al norte...», cuenta desde la distancia. Txema vive en Cartagena con su familia desde hace ya ocho años, pero no se acostumbra. «Yo necesito ver los verdes montes de mi tierra oler la humedad», comenta. Esa misma «morriña» le empuja a coger la moto y subir al norte «tres o cuatro veces» al año. Allí conserva a sus amigos de la infancia, los mismos que le envían a Murcia el primer bonito pescado de la temporada. Él sí lo tiene claro: «En cuanto esto acabe yo me vuelvo para arriba, con o sin facilidades del Gobierno», resuelve, si bien mantiene altas dosis de desconfianza, también en tregua. «No me fío ni un pelo, acuérdate de la T-4», comenta.

Víctimas de la limpieza étnica

gogo lobato

El catedrático de Ciencia Política Francisco Llera ofrece una explicación científica al análisis pesimista compartido por los vascos del exilio sobre el momento actual y sus perspectivas para regresar a una tierra en paz. «Existe mucha frustración y resentimiento. Es lógico. No olvidemos que son víctimas de una estrategia de limpieza étnica que ha tenido muchos ejecutores, cómplices, beneficiarios y cobardes. La violencia y la intimidación son solo la punta del iceberg, más dramática, de una subculra de la violencia basada en el fanatismo y la persecución étnica, en la que se han socializado y mamado generaciones enteras, que no van a desistir tan fácilmente. ¿Cómo convivir? No va a ser ni tan fácil ni tan rápido», sostiene Llera, fue viceconsejero vasco de Educación en el Gobierno de coalición del PNV y el PSE entre 1995 y 1998.

«El día que salí tuve que malvender mi casa para comprar en Madrid. Acabará ETA; el fanatismo, no»

Desde entonces dirige el Euskobarómetro de la UPV que elabora encuestas sociológicas en Euskadi cada seis meses. Pero ahora lo hace desde Sevilla. U na bomba en el ascensor de su facultad le invitó a marcharse , como a tantos otros profesores universitarios. Con todo nunca se ha sentido un exiliado. «Nunca he querido serlo y sigo votando allí. Pero sí me considero una víctima más del odio y la limpieza étnica ejercida por el nacionalismo, por el hecho de ser un “agente del colonialismo español”, como me calificó, pública e impunemente, un colega universitario que sigue moviéndose tan ricamente y con todos los honores». ¿Volver? «La verdad es que cada vez me apetece menos y me da más ansiedad pisar mi universidad», reconoce, sin evitar pensar en que su familia y sus amigos siguen en Bilbao, a casi 1.000 kilómetros de distancia.

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