Las señoras de la Moncloa
Cuando sus maridos fueron presidentes del Gobierno, ellas debieron adaptarse a una casa que nunca fue su hogar

Hasta 1977 el Palacio de La Moncloa, en Madrid, era la residencia oficial de los jefes de Estado extranjeros que visitaban España, mientras que la sede de la Presidencia del Gobierno era el Palacio de Villamejor (Castellana, 3). En la Transición este inmueble fue descartado por razones de seguridad. Eran los años más sangrientos de ETA y agentes de la Inteligencia del Estado demostraron que desde el hotel situado enfrente era extremadamente fácil atentar contra el presidente del Gobierno cada vez que subía y bajaba del coche. La Moncloa ofrecía mejores condiciones de seguridad.
La esposa de Adolfo Suárez, Amparo Illana, fue quien estrenó La Moncloa como residencia oficial del presidente del Gobierno. A ella se mudó con su marido y sus cinco hijos, desde su piso de la calle San Martín de Porres. Cuando llegó a la que sería su residencia desde 1977 y hasta 1981, Amparo trató de dar calor de hogar a las frías salas oficiales de la primera planta y decoró el piso superior con muebles de Patrimonio. En aquellos tiempos, la escasez de medios llegaba a tal extremo que cada vez que se servía en La Moncloa una cena oficial había que pedir prestados unos candelabros de plata al Ministerio de Exteriores.
Amparo procedía de una familia de clase media acomodada y vivió al margen de los oropeles de la presidencia del Gobierno. Había recibido una buena educación y hablaba francés, por lo que se sentía cómoda en los actos oficiales. Tenía cierto oficio y solía llevar preparadas cuatro o cinco preguntas para iniciar conversación con los mandatarios. Sin embargo, la esposa de Suárez acusó psicológicamente, de forma intensa y preocupante, la «campaña de acoso y derribo» que sufrió su marido durante el último año y, al final, vivió como un alivio la salida de La Moncloa.
Un cambio menor
A Pilar Ibáñez-Martín, esposa de Leopoldo Calvo-Sotelo, ni la mudanza a La Moncloa ni el regreso dos años después a su acogedora casa de Somosaguas le supusieron un cambio en su vida. Nacida en una familia de la alta burguesía, Pilar creció en un ambiente marcado por la política. Su padre, José Ibáñez-Martín, fue ministro de Educación y embajador en Lisboa. Además, tras dejar Moncloa, su marido siguió ocupando cargos de responsabilidad en la empresa privada. «Nosotros seguimos haciendo una vida totalmente normal: íbamos al cine, a cenar... Era todo normal», recuerda. Sin embargo, en La Moncloa, hubo que habilitar la tercera planta para poder albergar a los ocho hijos del nuevo presidente. Al principio, Calvo-Sotelo trató de evitar el traslado y continuar viviendo en su chalet, pero las razones de seguridad pesaron más que sus deseos. Según Pilar, la casa era «agradable, y yo lo que hice fue quitar cosas, por ejemplo, los tapices que había en el Salón de Columnas, que tapaban la vista de la sierra, y se devolvieron al Patrimonio». En aquellos tiempos, La Moncloa era muy sencilla: «Leopoldo tenía unos ministros fantásticos y su gabinete apenas lo formaban tres personas. No había asesores». Licenciada en Filosofía y Letras, Pilar nunca ejerció porque «una familia bien atendida exige mi presencia en casa».
Carmen Romero, esposa de Felipe González, residió durante casi 14 años en La Moncloa, desde 1982 hasta 1996, y mantuvo el estilo sencillo de sus predecesoras. Licenciada en Filosofía y Letras, Carmen Romero trató de compatibilizar su condición de esposa del presidente con su trabajo de profesora de Lengua y Literatura en el Instituto Calderón de la Barca y, después, con su función de diputada. Cuando abandonó La Moncloa, se sintió aliviada: «Recuperamos la privacidad». Durante su época, se habilitó la famosa «bodeguita» y el gran búnker de La Moncloa, de 7.500 metros cuadrados.
Gran influencia
De todas las esposas de presidentes del Gobierno, Ana Botella es la que más se ha implicado políticamente y la que más ha influido en su marido. Cuando la familia Aznar dejó su casa de La Moraleja y se trasló a La Moncloa, Botella trató de ajustar la nueva residencia a sus necesidades. Para ello, redistribuyó habitaciones, pintó, tapizó y recurrió a las valiosas colecciones de Patrimonio. A su sucesora, Sonsoles Espinosa, le pareció un estilo sobrecargado y mandó retirar gran parte de los muebles.
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