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En el corazón de la mafia rusa

El libro «Palabra de Vor» destripa las investigaciones en España contra estas mafias y sus privilegiadas relaciones con los poderes fácticos rusos

EFE

josep albiol

El espía ruso Alexander Litvinenko murió envenenado con polonio 210 en noviembre de 2006. Tres meses antes, varios policías españoles se reunieron con él en secreto en el hotel de una capital europea. Litvinenko les desveló detalles de criminales de su país enraizados en España y se comprometió a declarar ante la Audiencia Nacional contra los jefes de la mafia rusa investigados. Sus asesinos, que siguen en libertad, lo impidieron.

La entrevista inédita con el espía desahuciado es una de las cuatro que abre el libro «Palabra de Vor. Las mafias rusas en España» de los periodistas Pablo Muñoz y Cruz Morcillo. La galería la completan un antiguo jefe de la mafia de San Petersburgo, que eligió Marbella como refugio y también acabó muerto en un supuesto accidente; un renegado de otra potente rama criminal, la «Izmaizlovskaya», que fue antiguo socio del magnate Oleg Derispaska y ahora le ha declarado una guerra a muerte después de que su madre fuera asesinada por sus antiguos colegas; y un cuarto personaje, un «arrepentido», cuyo nombre, por seguridad, debe seguir guardado bajo llave.

España se ha convertido en azote de «vory v zakonen», en castellano «ladrones en la ley» o jefes criminales de las mafias rusas; látigo de ellos, y de su caterva de subordinados, esposas, amantes, testaferros, abogados y del resto de personajes que se mueven al calor de maletines repletos de millones por la zona de Levante, Cataluña, Baleares, la Costa del Sol y Madrid. Llegaron hace más de una década buscando un retiro dorado y aquí se han quedado. Pero no han venido para descansar, sino para montar santuarios desde los que dirigen a golpe de teléfono y viajes en jet privados sus negocios criminales en Rusia, Georgia, Alemania, Grecia o en cualquier lugar que les dejen.

Aviso al presidente

El libro lo encabeza una frase reveladora, casi aforística: «Presidente, cuando quiera mandar en una parte del país y no pueda porque alguien manda más que usted, sabrá que las mafias rusas están aquí definitivamente». Esa sentencia, sin mover un músculo de la cara, se la soltó en un corrillo un responsable de la seguridad del Estado al presidente Zapatero en junio de 2005. El mensaje era claro y así lo entendió el jefe del Ejecutivo, que ha seguido desde entonces con creciente interés cada investigación dirigida contra estos grupos.

Hasta ahora se les han asestado cuatro grandes golpes: las operaciones Avispa, Mármol Rojo, Troika y Java, dirigidas al corazón de una mafia «líquida» que en España no mata, no secuestra, apenas extorsiona ni trafica pero hace circular el dinero a su antojo, funda y cierra sociedades fantasma, invierte en todo tipo de negocios y compra cada voluntad que se pone a su alcance, según se desgrana en el libro. Su importancia es estratégica, como le anticiparon los expertos a Zapatero: no se trata de más o menos inseguridad ciudadana. Lo que está en juego es la soberanía nacional. ¿Cómo? De la mano del control energético y de las privilegiadas relaciones políticas, policiales y económicas de las que se jactan los investigados y procesados.

«Cada organización criminal importante tiene su propia compañía en el sector energético, a la que protege y para la que elimina competidores por las buenas o por las malas (...) Son conscientes de que su expansión internacional depende de ellas», relatan los autores por boca de un policía alemán con el que se entrevistaron y a cuya cabeza ha puesto precio la mafia.

En España lo han intentado las empresas Lukoil y Gazprom, primero a través de una modesta distribuidora de hidrocarburos catalana y más tarde por la puerta grande, o lo que es lo mismo, vía Repsol. La maniobra fue abortada a tiempo, en cuanto los informes del CNI llegaron a la mesa de algunos ministros, pero nadie duda de que habrá nuevos envites y de que el Gobierno de turno deberá decidir si está dispuesto a depender de determinados grupos empresariales rusos.

«La mezcla de poder y dinero en esos niveles equivale a desestabilización», sostienen los autores; un riesgo del que ha tomado buena nota Estados Unidos, cuyos servicios policiales han pedido informes sobre el peligro emergente. Dicen quienes están en primera línea que cuando el ministro Rubalcaba se reúne con sus colegas al otro lado del Atlántico nadie le pregunta por ETA; como mucho por los islamistas, y de forma machacona por los rusos.

Esplendor hortera y culto al lujo

En «Palabra de vor» aparecen conversaciones, fiestas y negocios en común de los mafiosos con el ex vicepresidente de la Duma (quien se dirige a un capo asentado en Mallorca como «caudillo»), con fiscales -a alguno le pagan el alquiler y el dentista-, generales, oligarcas y ministros, pero también se muestran las vidas de unos antiguos criminales revestidas de esplendor hortera y culto al lujo.

Capos sin pistola que levantan altares para rezar en sus palacetes mientras se rodean de guardaespaldas; hombres de negocios que no firman ni un papel y enmascaran sus nombres y su cuna; esposas que conducen «ferraris» y manejan emporios; hijos que van a colegios pijos de Marbella o Palma; confidentes que traspasan líneas difusas y un puñado de policías, guardias civiles, fiscales y jueces que se empeñan, contra viento y marea, en cortarles el grifo.

Los agentes son los otros protagonistas de este exhaustivo reportaje de investigación. Sus conversaciones, sus dificultades para seguir el paso a un tipo de criminalidad distinta, feroz a veces y aparentemente refinada otras, se superponen a las vidas de los investigados. «Vigilar a Petrov ha sido una de las labores más complicadas que recuerdo -cuenta un guardia civil-. Ningún teléfono estaba a su nombre (...) Era una locura». Tanta que como no podían meterse en su fortaleza ni siquiera aproximarse a ella, colocaron una cámara de vigilancia en la jaula de un cuco (se había puesto en marcha un programa de recuperación de ese pájaro en Mallorca). El interior del nido fue durante meses el ojo de los investigadores; el mismo papel que desempeñó una marquesina de autobús en Frigiliana (Málaga) en la que cada día se apostaba un policía travestido en mochilero andrajoso.

Los autores se han nutrido de sumarios judiciales, documentos reservados, informes policiales y decenas de horas de entrevistas a personas clave en la lucha contra estas mafias o a personajes que rondaban en los márgenes, caso de un peculiar almuerzo mantenido con un responsable de la UEFA, que se relata en el libro. ¿El origen? Unas escuchas, ya conocidas, en las que capos asentados en España se jactan de haber comprado la semifinal y la final de esa competición de fútbol en favor del Zenit de San Petersburgo. A día de hoy el capítulo sigue pendiente de aclararse.

Los casos que se cuentan han estado salpicados de momentos oscuros: una extraña maniobra por parte de magistrados de la Audiencia Nacional estuvo a punto de permitir la libertad del hasta ahora único capo condenado: Zakhar Kalashov. Un chivatazo, casi seguro de un policía, puso en alerta al poderoso Tariel Oniani, que escapó de una redada cuando ya los agentes llamaban a su puerta. Otro soplo, al parecer previo paso por caja, propició la huida de un tercer jefe mafioso, esta vez en Grecia. Los claros, con todo, se abren hueco en estas páginas a través del trabajo y las palabras de quienes han colocado a España en la «pole» de una lucha decisiva contra la que, según algunos expertos, es hoy la mafia más poderosa del mundo.

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