LA PREGUNTA DE FRIEDMAN
En su reciente y esclarecedor libro «Memorias y desahogos» (Infova, 2010), Amando de Miguel señala que en septiembre de 1971, había sido invitado Milton Friedman, ese colosal economista que encabezaba la Escuela de Chicago, a unas jornadas sobre economía que organizaba en Barcelona la revista Mundo. Almorzó entonces con Amando de Miguel. Éste señala: «Friedman estaba interesado en el fabuloso desarrollo español sin ayuda exterior» (págs. 308-309). Efectivamente, éste era entonces muy fuerte. Desde 1961 hasta entonces las tasas de incremento del PIB a precios de mercado habían sido las de cuadro siguiente:
¿Por qué tal ritmo de desarrollo? En primer lugar, la economía española había decidido abrirse al exterior, sobre todo al ingresar, y por tanto aceptar su disciplina, en el FMI y en el GATT—hoy Organización Mundial de Comercio—,y comenzar las negociaciones para su ingreso en el mundo comunitario, que en 1970 dieron ya lugar al Acuerdo Preferencial Ullastres.
En segundo lugar, no sólo se detuvo el avance estatificador que acompañaba a la expansión continua del Instituto Nacional de Industria, sino que se comenzó la eliminación de barreras intervencionistas, aunque menos que las que solicitaban buena parte de los economistas —léase, por ejemplo, a Sardá en aquella etapa—, pero dentro de la convicción de que no existía mejor sendero para una asignación óptima de los recursos que la que proporcionaba un mercado libre.
Apertura y mercado libre que habían de tener el complemento de un equilibrio presupuestario severo. La política que Navarro Rubio desarrollaba en Hacienda tuvo, como norte esencial, la contención del gasto manteniendo una presión tributaria suave. Según las «Cuentas de las Administraciones Públicas 1958 a 2001» (Ministerio de Hacienda), las emisiones de Deuda Pública en los once años que van de 1961 a 1972 ascendieron a 230.000 millones de pesetas, o sea una media de 21.000 millones de deuda cada año. A partir de 1975 estas cifras crecerán rápidamente.
Por otro lado, se estatifica el Banco de España por la Ley de Bases de 14 de abril de 1962. Con ello la ortodoxia del funcionamiento del conjunto del sistema crediticio se adentuó con claridad, al eliminar que la actuación del Banco emisor fuese mediatizada, a través del peso que tenían en el Consejo del Banco, los poseedores más importantes de su capital, que eran, precisamente, los banqueros privados. Simultáneamente, los salarios, en la primera parte de este proceso, fueron flexibles a la baja, a causa de que las remuneraciones del personal se componían también de partidas como participación en beneficios u horas extraordinarias, que al modificarse, alteraban también los ingresos de los trabajadores, sin que por ello se pudiesen producir excesivas reacciones sociales contrarias.
Se apostó a un desarrollo productivo basado en una energía barata. Fue el momento en que se inicia la decadencia del carbón nacional y se apuesta por un petróleo internacional, entonces muy barato. También tuvo lugar la eliminación de las trabas a la entrada de inversiones directas extranjeras, con lo que se generó una llegada empresarial manufacturera exterior muy importante. En un artículo que publiqué en el «Boletín de Estudios Económicos», diciembre 1975, titulado «Las inversiones privadas extranjeras en España en el periodo 1960-70», se probaba que éstas, en ese periodo que llamaba la atención de Friedman, habían sido, en el mundo, sólo superadas por Canadá, a causa de la expansión hacia el norte fronterizo de la actividad norteamericana, y por Australia, todo un continente nuevo.
Esta expansión industrial pasaba del 35% del PIB en 1961 al 37% en 1971, mientras que la agricultura disminuye del 23% al 12%. Esto significó la denominada con cierto por el profesor Santiago Roldán «crisis de la agricultura tradicional». El auge de la industria y los servicios provocaron un éxodo colosal del campo a la ciudad, lo que ocasionó, para sustituir esa mano de obra ausente, un incremento notable en la capitalización rural así como una mejora considerable en la actividad empresarial. El resultado fue también un incremento en la productividad.
Por supuesto que también existió ayuda exterior, procedente de Norteamérica, pero en cifra extraordinariamente menor que la que se había orientado hacia los países europeos a través de la Ayuda Marshall. Pero a España esta ayuda, sobre todo a partir de 1953, le resultó especialmente útil.
Y, en el fondo, la sociedad española aceptó sacrificios notables, como el de la emigración hacia Europa de la mano de obra sobrante, o como movimientos migratorios interiores notable, o la disminución en ciertos momentos de los salarios, o las consecuencias de un gasto público en ocasiones raquítico, pero trabajó no sólo con ahínco notable, sino con ilusión. Seguro que cuando Friedman se enteró de todos esos datos, pasaría a corroborar muchos de sus puntos de vista. El auge no venía ni de intervencionismos y estatificaciones, ni de proteccionismos y aislamientos, ni de rigideces en el mercado laboral, ni de considerables déficit del sector público, ni de miedo a las inversiones foráneas. Conviene recordarlo.
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