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La agresión como síntoma

LA brutal agresión al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, podrá satisfacer a muchos de sus detractores, como algunos ya se están encargando de mostrar en internet, pero es un síntoma inequívoco del deterioro cívico y político al que conduce la sustitución de la disputa ideológica por la simple destrucción del adversario. No hay duda de que Berlusconi ha protagonizado episodios extravagantes y chulescos que han enardecido los ánimos de muchos ciudadanos italianos. Como efecto indeseado de ese afán de notoriedad de Berlusconi, la información política de los últimos meses en Italia ha girado en torno a la vida privada de su primer ministro, hasta el extremo de polarizar el debate entre el Gobierno y la oposición. Y de este estado de cosas no es culpable únicamente Berlusconi, sino toda la clase política en su conjunto, incapaz de ofrecer una alternativa de debate propio de una democracia moderna. Por eso, la agresión a Berlusconi encierra mucho más que la reacción delictiva de un trastornado, que bien pudo causar al primer ministro italiano heridas de mucha mayor gravedad que las infligidas. Es el retrato de una forma de no hacer política en democracia y de mostrar los resultados de una dialéctica sin argumentos entre Gobierno y oposición. Ahora bien, nada es gratuito y los ciudadanos acaban siendo infiltrados por la misma irresponsabilidad de los políticos, sin razones de peso para tener de éstos una opinión mejor de la que se merecen. Cuando el proyecto político dominante es defender o atacar la persona del político, en vez de los proyectos de los políticos, los ciudadanos sienten que se les expropia el sentido público de la democracia. En Italia no es la primera vez que pasa.

Pese a todo, la pregunta que los detractores de Berlusconi deberían hacerse es cómo es posible que este líder polémico y populista no tenga rival en la oposición italiana. El ambiente hostil contra Berlusconi también refleja la impotencia de la izquierda -en cualquiera de sus gamas, desde el centro izquierda a los ex comunistas- para batirlo en las urnas. La carencia de ideas se ha sustituido por la descalificación política del rival, sin más argumentos que el de la diatriba o el insulto, para lograr el resultado. El precedente italiano no es sólo italiano. Constituye una lección que ninguna democracia puede ni debe ignorar. Tampoco la española, en la que la tendencia a la descalificación del contrario se está sobreponiendo a la legítima confrontación ideológica.

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