El testigo incómodo de Ahmadineyad

En la madrugada del 21 de junio las autoridades iraníes irrumpieron en la casa del corresponsal del semanario «Newsweek» en Irán y candidato al premio Príncipe de Asturias de la Concordia, el periodista canadiense-iraní Maziar Baharí, de 41 años. Su madre, que vivía con él en el domicilio de Teherán, asegura que ninguno de los agentes reveló su identidad. Confiscaron su ordenador portátil junto con algunas cintas de video y, haciendo gala de refinados modales, le persuadieron para que los acompañase con la promesa de que recibiría el tratamiento de «invitado».

Desde aquella mañana, Baharí está confinado en prisión, aislado, sin ni siquiera poder hablar con su mujer, embarazada de siete meses. Tampoco se han presentado cargos contra él y carece de asistencia letrada.

El arresto se produjo nueve días después de que estallaran las revueltas como respuesta a las sospechas de fraude tras las elecciones presidenciales, en las que el mandatario Mahmud Ahmadineyad revalidó su cargo.

Con una destacada carrera como autor de documentales y películas, que comenzó con tan sólo 16 años, Baharí era visto como una figura respetada por el Gobierno persa, siempre reacio a la labor de los medios de comunicación extranjeros. Dos días antes de su detención, había sido uno de los pocos periodistas invitados a la primera oración del viernes tras los polémicos comicios, oficiada por Jamenei.

La ecuanimidad como fin

«En todos sus documentales ha buscado la voz de las víctimas y ha tratado de dotar de visibilidad a los dos lados presentes en el conflicto, para hallar los puntos en común y destacar la importancia del diálogo», subraya la corresponsal del diario «El País» en Teherán, Ángeles Espinosa, una de las principales impulsoras en España de la candidatura de Baharí al galardón español, cuyo fallo se conocerá el próximo jueves al mediodía.

Jesús Barrientos, coordinador en España de la plataforma Freemaziarbahari.org y amigo del reportero canadiense-iraní, descarta que, tras su arresto, se haya convertido en un símbolo de la represión poselectoral. «Maziar nunca estuvo implicado políticamente. Creo que ha sido, simplemente, una víctima de la situación tras las elecciones».

La última imagen que trascendió de Baharí se filmó durante una conferencia de prensa que ofreció bajo custodia policial, en la que declaró que sus informaciones eran «falsas y parciales». Aparecía demacrado, sin afeitarse, con la mirada desprovista de la vitalidad que puede observarse en fotografías suyas anteriores. Diversas organizaciones expresaron su temor de que estas «confesiones» se hubieran obtenido mediante tortura. «Maziar ha permanecido en régimen de aislamiento desde junio. Considero que eso es presión suficiente para una persona», señala Barrientos.

El premio, como destaca Mohamed Abdel, coordinador de Oriente Medio del Comité para la Protección de los Periodistas de Nueva York (CPPNY), podría ser una bocanada de aire no sólo para Baharí, sino para todos los periodistas que, como él, sufren la represión y la ferocidad de la censura iraní. «Crear conciencia en el público general es muy importante: hace que la historia de esas personas se mantenga viva, genera presión popular y, muchas veces, tiene un significado esencial para los periodistas encarcelados, recluidos muchas veces en celdas oscuras donde se les dice que nadie, fuera de allí, los recuerda. Les aporta algo más necesario que el alimento, fuerza mental».