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El Greco en el siglo XVII (II)

Teoría y crítica barroca: El Greco a examen

El Greco en el siglo XVII (II) ana pérez herrera

por antonio illán illán y óscar González Palencia

Como veíamos en la anterior entrega en estas páginas , a mediados del XVII, las opiniones sostenidas sobre El Greco son de signo crecientemente negativo. Sin embargo, en el segmento temporal comprendido entre la fecha de su fallecimiento y la mitad del siglo, las posiciones no son tan unánimemente despectivas.

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En 1615, a un año sólo de la muerte del pintor, Cristóbal Suárez de Figueroa, el gran erudito, cita al Cretense en un inventario de artistas contemporáneos ilustres. Juan de Butrón, por su parte, en un texto tan relevante como sus «Discursos apologéticos en que se defiende la ingenuidad del arte de la pintura: que es liberal, de todos derechos, no inferior a los siete que comúnmente se reciben» (1626), también incluye a El Greco entre los autores celebrados como «grandes», si bien ya se aprecia en su postura una cierta reserva crítica. El siguiente jalón nos sume a El Greco en el silencio, lo que es muy revelador del declinante juicio crítico y la distraída atención que debió de atraer ya en 1633, año de edición de los muy influyentes «Diálogos de la Pintura, su defensa, origen, esencia, definición, modos y diferencias», de Vicente Carducho. La magna figura de Carducho no admitía contestación en la España de su tiempo, ante cuya autoridad máxima como pintor y como tratadista se dio un asentimiento generalizado que se prolongó hasta la eclosión de la figura de Velázquez. Por ello, la omisión de El Greco en la obra mencionada es suficientemente significativa del menosprecio del que empezaba a ser objeto. Es verdad que Carducho alude, en términos muy positivos, al fallo favorable a El Greco que fue dictado después de que el Consejo de Hacienda se posicionara a favor del pintor en el litigio mantenido por el mismo con el alcabalero de Illescas a cuenta de la exoneración que el arista solicitaría por los trabajos desarrollados en el Hospital de la Caridad, al amparo de su consideración de la pintura como arte liberal, no artesanal, y, en consecuencia, no sujeta al pago de la alcabala, el impuesto que gravaba las transacciones de esa índole. En Carducho, la estimación de la pintura como arte liberal es premisa defendida con la firmeza del orgullo y de la convicción, por lo que su reconocimiento de El Greco como pionero en esta postura y su silencio acerca de los valores inmanentes a su pintura hablan elocuentemente de un reconocimiento gremial, corporativo, intelectual incluso, que es, no obstante, inversamente proporcional a su aprecio –nulo, en consecuencia- por la obra artística del Candiota.

Pacheco, un valedor con crédito

Sin embargo, no debemos precipitarnos en la conclusión de que El Greco carecería, en adelante, de valedores. Entre estos, sin duda, el más importante por lo autorizado de su voz, y por la repercusión que esta podría tener sobre su yerno y otros artistas barrocos, es el de Francisco Pacheco, suegro de Diego Velázquez. Según Pita Andrade – a quien, como ya hemos señalado, seguimos en esta exposición – la opinión de Pacheco acerca de El Greco es muy positiva, aserto que puede fundamentarse no sólo en los testimonios expresos que se conservan, recogidos en el «Arte de la pintura», sino también en los que se especula que pudieran haberse plasmado en una obra perdida de la que sólo tenemos noticia, titulada «Retrato de ilustres y memorables varones». Citemos un par de pasajes del tratado de Pacheco para mensurar la importancia de su juicio por la vigencia del mismo y por su carácter encarecedor, pero equilibrado y racional hasta un punto que no elude la discrepancia. Merece la pena, en primer lugar, reflejar aquí cómo se refirió a El Greco como artista, loable en este campo, y merecedor de oposición en lo relativo a su consideración, por ejemplo, de Miguel Ángel por quien el Cretense, según Pacheco, sintió «tan poco aprecio de Miguel Ángel (siendo el padre de la pintura) diciendo que era un buen hombre y que no supo pintar». Es a estas opiniones tan peregrinas a las que se refiere Pacheco cuando sitúa a El Greco como un artista a la altura de los más grandes: «(…) el Basan, Micael Angelo, Caravagio y nuestro español Jusepe de Ribera; y aun también podemos poner en este número a Dominico Greco, porque aunque escribimos en algunas partes contra algunas opiniones y paradoxas suyas, no lo podemos excluir del número de los grandes pintores, viendo algunas cosas de su mano tan reveladas y tan viva (en aquella su manera) que igualan a las de los mayores hombres (…)». Merece la pena detenerse para hacer una pequeña glosa, siquiera en forma de interrogante, a estas palabras de Pacheco: ¿no será que esas «opiniones y paradoxas suyas» fueron las que indujeron al común de la gente a catalogar a El Greco como «extravagante»? ¿No será el propósito de Pacheco separar las rarezas de carácter, conducta y de opinión de El Greco con respecto a su indudable talento que lo parangona con los más grandes artistas del XVI y del XVII? En apoyo de una respuesta afirmativa a esa pregunta, que parece dotar a El Greco de una naturaleza de gran artista, está otro de los argumentos esgrimidos por Pacheco, para quien sólo hay «dos maneras de obras en la pintura; la una, por arte y exercicio, que es científicamente; la otra, por uso solo, desnudo de preceptos». El segundo grupo de pintores, según Pacheco «no obran verdaderamente como artífices ni es arte en ellos la pintura; y se verifica en los tales la opinión singular de que no lo es, seguida de Dominico Greco (…)». Una vez más nos encontramos la palabra «manera», es decir, «estilo». La referencia no es baladí, puesto que, si es el estilo, ese modo de hacer «aborronado», lo que convierte a El Greco en un pintor «extravagante», esto equivaldría, de acuerdo con Pacheco a tildar de extravagancia todo modo de expresión de cualquier verdadero artista, de cada creador que se encuentra con su propia personalidad expresiva después de un proceso de estudio, de investigación, de trabajo intelectual, que, por otra parte, es argumento palmario que puede aducirse en defensa de la pintura como arte liberal. Consecuentemente, si interpretamos desde esta perspectiva, las palabras de Pacheco, el largo periodo en que El Greco fue etiquetado como pintor extravagante, lo sería por un erróneo desdén inspirado por un rasgo de personalidad del Cretense que lo distingue muy en positivo: su condición de pintor pensador o pintor humanista.

La pretendida extravagancia de El Greco, pues, no habría sido sino incomprensión. Y, desde luego, más allá de la adhesión que pudiera suscitar esta hipótesis, queda libre de toda duda el hecho de que Pacheco está vivamente interesado en presentarnos a El Greco como un sabio, como uno de los «varones doctos, no solo en la pintura, pero en las letras humanas», o «Dominico Greco, que fue gran filósofo de agudos dichos y escribió de la pintura, escultura y arquitectura».

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