El cerro Calderico de Consuegra, atalaya manchega
Por la noche, la iluminación artística de sus monumentos lo transforman en un escenario fascinante

Cuando el gran hispanista francés, Jean Cocteau se encaramó al cerro Calderico de Consuegr a, entre el castillo y los molinos, al divisar el inmenso espacio que se abría ante sus ojos, desde este mirador del universo exclamó «¡Por fin he visto el planeta!.»
El visitante que accede al cerro Calderico , atraído por su entorno histórico –cervantino, que componen el castillo y los molinos-, se puede encontrar con sorpresas como el amanecer; cuando el sol asoma por el horizonte en los confines de la Mancha conquense. Pero sobre todo, el ocaso del astro rey ocultándose por las cercanas ondulaciones de los Montes de Toledo, atravesando sus tenues rayos las aspas molineras.
Otro tanto se puede afirmar, del panorama que ofrece este lugar, con el casco urbano de Consuegra , que abraza sus faldas partido en dos por la frondosa arboleda paralela al cauce del tristemente célebre río Amarguillo.
A diferente distancia, pueblos hermanados históricamente desde siglos por la Orden de San Juan de Jerusalén , jalonan la interminable llanura que sirvió de escenario a las fascinantes aventuras del Caballero de la Triste Figura.
El cerro Calderico tampoco no es ajeno al clima reinante, cambiando de pelaje con cada estación. En primavera se muestra con un verde radiante, haciendo juego con los trigales, vides y olivares que pueblan las tierras de labor que en otros tiempos formaron parte del alfoz de la fortaleza sanjuanista.
El abrasador sol del estío reseca su piel, de la misma forma que lo hace con las mieses, transformándola en pajiza; pero que ayuda al madurar de las uvas, cuyas cepas, hasta vendimia, seguirán conservando su lozanía.
El otoño puede decirse que es la estación manchega por antonomasia. Las lluvias propician que entre los riscos del cerro aparezcan las primeras hiervas septembrinas y las «rosas de no merendar». A sus pies el paisaje no puede ser más multicolor. Membrillean las vides al entregar su fruto a los vendimiadores ; los ocres barbechos esperan la semilla de una nueva cosecha cerealista; los azafranales también aportan su violácea versión y los olivares siguen con su madurez.
Finalmente, el invierno cada vez más suave, por aquello del cambio climático, hace de estación transitoria, únicamente alterada por alguna esporádica nevada. Entonces la belleza del lugar y sus alrededores no tiene parangón.
Es por ello, que la «Crestería Manchega» del cerro Calderico , en otros tiempos vigía, hoy es una magnífica atalaya para contemplar, a cualquier hora del día, la inmensa llanura manchega. Por la noche, la iluminación artística de sus monumentos lo transforman en un escenario fascinante. Vea las mejores imágenes del cerro Calderico.
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