tribuna abierta

Vivir libres... de conocimiento

ignacio martín blanco

El mejor aliado de los independentistas catalanes es el desconocimiento de la realidad histórica

QUÉ lejos quedan los tiempos del «Barcelona, posa’t guapa»...!, me lamento últimamente cada vez que paseo por la Diagonal jalonada ahora por cárteles faroleros en el sentido etimológico de que son vanos, ostentosos, amigos de llamar la atención y de hacer lo que no les toca. Con motivo del tricentenario de 1714 y bajo el lema Viure lliure, combinan fotografías de barceloneses de hoy (en puertas de 2014) con retratos pictóricos más o menos fieles de barceloneses de ayer (1714).

La mera insinuación de que los barceloneses de hoy, ciudadanos de un Estado social y democrático de Derecho, o bien no vivimos libres, o bien tenemos algo que envidiar en materia de derechos y libertades individuales a nuestros antepasados anteriores a 1714, súbditos de una monarquía señorial anclada en el feudalismo, no sólo supone un falseamiento torticero de la historia sino que además contamina nuestro debate público en aras de la secesión de Cataluña, y todo ello a expensas del contribuyente. Por desgracia, el mejor aliado de los independentistas catalanes, como el de cualquier otro partido consagrado al bizarro objetivo de construir o reconstruir naciones, es el desconocimiento de la realidad histórica y presente generalizado entre el común de los supuestos beneficiarios o perjudicados, según se mire, de la causa independentista.

El desconocimiento, entre otras cosas, de que lo que sucedió en España desde la muerte de Carlos II en 1700 hasta la capitulación de Mallorca en 1715 fue un conflicto sucesorio de alcance internacional en el que dos de las principales dinastías europeas, los Borbones y los Habsburgo, se disputaron el trono de una España ya venida a menos, pero todavía en posesión de un vasto imperio colonial.

El desconocimiento de que, aparte de su dimensión internacional, la Guerra de Sucesión tuvo también su vertiente civil o interna, pero que en contra de lo que pretende el nacionalismo catalán no fue una guerra entre Cataluña y España, sino un conflicto mucho más complejo en el que los partidarios de las dos dinastías enfrentadas se repartían por toda la geografía española. El desconocimiento, en suma, de la opinión al respecto del historiador catalán por excelencia en el siglo XX, Jaume Vicens Vives, que en su Notícia de Catalunya no sólo constata que «la catalanidad es inseparable de un intervencionismo hispánico», sino que además apunta que la voluntad de los catalanes de intervenir en las cosas de España se inaugura en tono mayor en la Guerra de Sucesión, en la que el objetivo de las clases dirigentes catalanas no era otro que «adquirir, a través de la victoria del Archiduque (Carlos de Austria), un lugar preeminente en la política española».

Así pues, los carteles son vanos porque son faltos de realidad, sustancia o entidad -léase a Vicens Vives y a otros hispanistas como John H. Elliot o John Lynch-; son ostentosos y amigos de llamar la atención porque el lema Viure lliure es un banderín de enganche de lo más tentador -¿acaso no aspiramos todos a la libertad?-, pero que no por ello deja de ser inexcusablemente tendencioso y aun perverso tratándose como se trata de una campaña con cargo al erario público; y por último, los carteles hacen lo que no les toca hacer, porque no cabe duda de que no es de recibo que el ayuntamiento de Barcelona invierta el dinero de todos los barceloneses en añadir leña al fuego de la apoteosis independentista que nos espera a la vuelta de vacaciones. ¿Vivir libres? ¡Por favor! Cualquiera diría que, en lugar de pasear por Barcelona, transita uno por El Aaiún o por Ramala.

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